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Voto de Archilupo:
5

Voto de Archilupo:
5
7,0
3.052
Drama. Comedia
Godard y el maoismo. Estrenada un año antes del mayo del 68, "La Chinoise" relata las inquietudes por cambiar el mundo de un grupo de estudiantes franceses empapados del pensamiento de Mao Tse Tung. París, durante el verano de 1967, cuando pocos intentaban aplicar los principios que rompieron con la burguesía de la URSS y de los partidos comunistas occidentales en el nombre de Mao Tse Tung. Empapados del pensamiento de Mao y de ... [+]
24 de mayo de 2008
24 de mayo de 2008
62 de 84 usuarios han encontrado esta crítica útil
Primera película del periodo militante de Godard, la sobrecarga ideológica limita su interés cinematográfico.
En ruptura con la estética de Hollywood, el autor aplica su doble óptica de documentalista y etnólogo.
Poco antes de la revuelta del 68, los componentes de una célula prochina, instalados en un piso parisino, lanzan ante la cámara dogmáticas soflamas revolucionarias.
Con distanciamiento brechtiano, la cámara que los filma aparece en algún plano, y las claquetas que dan paso a las tomas: por si el espectador olvida que está viendo una película sobre la realidad, y no la realidad…
Tal película se compone de una monocorde y acumulativa sucesión de proclamas maximalistas, hoy caducadas.
Poco interés, salvo para historiadores, puede encontrarse en ello; tampoco en la vida interna de la célula, pues los personajes, sin asomo de costumbrismo, quedan reducidos a meros portavoces ideológicos.
Lo interesante está en la libre y creativa gramática visual de Godard: montaje que integra ágilmente retratos de personajes históricos aludidos e imágenes fijas de aire pop (tomadas muchas de tebeos, a lo Lichtenstein); escenificación dominada por los tres colores primarios, a la manera de Mondrian: rojo, azul y amarillo.
En las paredes del apartamento, y también en grandes pizarras, se escriben consignas del Libro Rojo, como en los carteles que la película intercala frecuentemente entre escenas.
La composición de la célula es heterogénea: una de los cinco, limpiadora, se prostituye cuando en el piso falta el dinero, y lustra los zapatos de sus camaradas durante las conferencias; otra es una estudiante universitaria, familia de banqueros, que enuncia el ideario maoísta como quien recita un temario de oposiciones. Con igual talante afirma la necesidad de un terrorismo precursor, como el practicado por los nihilistas rusos en vísperas del 17.
Queda en el aire si la intención de Godard, al presentar a estos jóvenes prochinos a una luz un tanto ridícula, es satírica, o cuanto menos crítica: en una de las escasas escenas fuera del apartamento, una larga conversación en un tren en marcha, con un profesor universitario militante de la independencia argelina, éste señala a la maoísta empollona qué breve porvenir les aguarda, desconectados como están de cualquier base social. Y uno de los elementos de la célula, expulsado por “revisionismo”, señala ese mismo defecto mesianista: pretender encabezar el movimiento revolucionario de una masa popular de la que están desconectados y que no conoce su existencia.
Esa inflación ideológica, esa inmadurez, impregnan fatalmente la película y convierten muchos de sus pasajes en duro ejercicio de paciencia, a pesar del atractivo gramatical ya apuntado.
En este film de laboratorio se nota que la comunicación con el espectador no era la principal preocupación de Godard.
En ruptura con la estética de Hollywood, el autor aplica su doble óptica de documentalista y etnólogo.
Poco antes de la revuelta del 68, los componentes de una célula prochina, instalados en un piso parisino, lanzan ante la cámara dogmáticas soflamas revolucionarias.
Con distanciamiento brechtiano, la cámara que los filma aparece en algún plano, y las claquetas que dan paso a las tomas: por si el espectador olvida que está viendo una película sobre la realidad, y no la realidad…
Tal película se compone de una monocorde y acumulativa sucesión de proclamas maximalistas, hoy caducadas.
Poco interés, salvo para historiadores, puede encontrarse en ello; tampoco en la vida interna de la célula, pues los personajes, sin asomo de costumbrismo, quedan reducidos a meros portavoces ideológicos.
Lo interesante está en la libre y creativa gramática visual de Godard: montaje que integra ágilmente retratos de personajes históricos aludidos e imágenes fijas de aire pop (tomadas muchas de tebeos, a lo Lichtenstein); escenificación dominada por los tres colores primarios, a la manera de Mondrian: rojo, azul y amarillo.
En las paredes del apartamento, y también en grandes pizarras, se escriben consignas del Libro Rojo, como en los carteles que la película intercala frecuentemente entre escenas.
La composición de la célula es heterogénea: una de los cinco, limpiadora, se prostituye cuando en el piso falta el dinero, y lustra los zapatos de sus camaradas durante las conferencias; otra es una estudiante universitaria, familia de banqueros, que enuncia el ideario maoísta como quien recita un temario de oposiciones. Con igual talante afirma la necesidad de un terrorismo precursor, como el practicado por los nihilistas rusos en vísperas del 17.
Queda en el aire si la intención de Godard, al presentar a estos jóvenes prochinos a una luz un tanto ridícula, es satírica, o cuanto menos crítica: en una de las escasas escenas fuera del apartamento, una larga conversación en un tren en marcha, con un profesor universitario militante de la independencia argelina, éste señala a la maoísta empollona qué breve porvenir les aguarda, desconectados como están de cualquier base social. Y uno de los elementos de la célula, expulsado por “revisionismo”, señala ese mismo defecto mesianista: pretender encabezar el movimiento revolucionario de una masa popular de la que están desconectados y que no conoce su existencia.
Esa inflación ideológica, esa inmadurez, impregnan fatalmente la película y convierten muchos de sus pasajes en duro ejercicio de paciencia, a pesar del atractivo gramatical ya apuntado.
En este film de laboratorio se nota que la comunicación con el espectador no era la principal preocupación de Godard.