Garci borda una gran pieza de cine negro fuera de su lugar y tiempo donde el homenaje a los mitos del género es constante. No peca, pese al riesgo de haberse incurrido en ello, de academicismo pobretón porque hay una atmósfera castiza y de Transición que actualiza y vivifica el milagro, con una Gran Vía esplendorosa que rivaliza con el Madison Square Garden. Alfredo Landa pone los ojitos con más registros en un solo trabajo de su carrera, en un dificilísimo papel de detective lacónico y magnético con mucho de españolito con un par de bemoles, y Miguel Rellán es el Judas/Biscuter irremplazable. En definitiva, una obra de arte del cine español que reafianza mi fe en él cuando ésta a veces flaquea.