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Voto de Maldito Bastardo:
8

Voto de Maldito Bastardo:
8
7,3
27.992
Drama. Comedia. Intriga
Un profesor de literatura francesa, desalentado y hastiado por las insulsas y torpes redacciones de sus nuevos alumnos, descubre entusiasmado que, por el contrario, el chico que se sienta al fondo de la clase, muestra en sus trabajos un agudo y sutil sentido de la observación. Este chico, que se siente extrañamente fascinado por la familia de uno de sus compañeros, escribirá, animado por el profesor, una especie de novela sobre esa ... [+]
15 de diciembre de 2013
15 de diciembre de 2013
19 de 20 usuarios han encontrado esta crítica útil
François Ozon hace que el espectador se convierta en el chico de la última fila y vea proyectada las otras historias en otra gran ventana llamada pantalla de cine. Ciertamente hay un plano que define la esencia de la obra en la distinguimos la casa (y privacidad) del narrador; la realidad es evidente y la fuga de la misma un recurso para entender la vía de escape. He aquí el juego definido entre el autor y el lector, entre el punto de vista y el objeto de la obra. He aquí la posesión del poder del narrador y la ávida pasión por ser los ojos del mundo de los otros. La referencia a “Teorema” de Pier Paolo Pasolini no es casualidad ni los diferentes focos perspectivos que iluminan la función: la crítica a la burguesía, el arte moderno, la enseñanza, la transgresión de las reglas cívicas y morales para el lucro personal… “En la casa” funciona a distintos niveles estructurales aunque la satisfacción es ejercer de ese ‘chico de la última fila’ y percibir las historias que asoman en cada ventana.
El mayor arrebato y gracia del filme de Ozon es que Germain Germain y Claude Garcia podrían desaparecer en cualquier momento, pudiendo ser cada uno el álter ego del otro. Mientras avanzan los relatos cortos, “En la casa” nos habla del aprendizaje y la docencia pero también los peligros de traspasar esa línea invisible entre la pizarra y los pupitres, entre el autor y el lector. Cuando el lector trata de adoctrinar al autor puede verse atrapado en la misma narración y que ésta se apodere de su propia vida. Se trata del duelo que habita en toda obra entre el autor y el lector, donde la intimidación psíquica la establece la derivación narrativa y la posibilidad de manipulación a tiempo real como reflexión entre cada página y capítulo. Que un profesor entusiasta de las letras y escritor frustrado pueda guiar a una aguja en un pajar lleno de bárbaros establece la dialéctica entre ese par de manipuladores, donde se confunde el punto de vista y la percepción de la realidad ante la posibilidad que establece el título de la obra/película: introducirse en la casa de una familia burguesa para que también el narrador, igualando al visitante que interpretó Terence Stamp, manipule y seduzca a su antojo a esa imposibilidad y anhelo existencial del propio autor. Nos repiten que Germain no tiene hijos pero Claude se transforma en su extensión genética-literaria, en un descubrimiento del aprendizaje entre el mentor y el pupilo. La enseñanza debe ser por ambas partes y la alegoría es tan ostensible como aguda e inteligente.
Que los estereotipos abunden en esa lucha vital e imaginaria de vidas paralelas, posibilidades e impregnaciones personales en toda ficción, no hace más que engrandecer el sentido de la obra que propone Ozon. La vida ejerce como fantasía y necesidad de romper mentalmente las puertas y proyectarse en nuevas historias, el alejamiento de la gris realidad queda reiterado en tantas ocasiones como problemas desprenden los personajes de ficción. La obra de teatro Juan Mayorga parece decirnos que nadie está exento del drama de esa farsa que llamamos vida y que somos manipulables por un destino mayor: no sabemos si realmente somos los narradores de nuestra propia historia. Los sueños perdidos y la reactivación de viejas frustraciones junto a los peligros de cambiar el rumbo del destino impuesto, envolverán la mirada de la realidad desde la condición del gran ojo y espectro del voyeur. El chico de la última fila es aquel que tiene la capacidad de observar al resto desde la lejanía, al igual que el profesor tiene el otro envidiable ángulo desde el primer avance de la pizarra. El maestro y el discípulo, el padre y el hijo, el aprendizaje de mirar y asomarse a la posibilidad de narrar la vida de otros en ese viaje social, sarcástico y bohemio de todo destino sin fin conocido más allá de ese punto y aparte llamado página final. Y “En la casa” nos coloca allí, en esa posición conclusiva y privilegiada donde observar y, por supuesto, imaginar.
El mayor arrebato y gracia del filme de Ozon es que Germain Germain y Claude Garcia podrían desaparecer en cualquier momento, pudiendo ser cada uno el álter ego del otro. Mientras avanzan los relatos cortos, “En la casa” nos habla del aprendizaje y la docencia pero también los peligros de traspasar esa línea invisible entre la pizarra y los pupitres, entre el autor y el lector. Cuando el lector trata de adoctrinar al autor puede verse atrapado en la misma narración y que ésta se apodere de su propia vida. Se trata del duelo que habita en toda obra entre el autor y el lector, donde la intimidación psíquica la establece la derivación narrativa y la posibilidad de manipulación a tiempo real como reflexión entre cada página y capítulo. Que un profesor entusiasta de las letras y escritor frustrado pueda guiar a una aguja en un pajar lleno de bárbaros establece la dialéctica entre ese par de manipuladores, donde se confunde el punto de vista y la percepción de la realidad ante la posibilidad que establece el título de la obra/película: introducirse en la casa de una familia burguesa para que también el narrador, igualando al visitante que interpretó Terence Stamp, manipule y seduzca a su antojo a esa imposibilidad y anhelo existencial del propio autor. Nos repiten que Germain no tiene hijos pero Claude se transforma en su extensión genética-literaria, en un descubrimiento del aprendizaje entre el mentor y el pupilo. La enseñanza debe ser por ambas partes y la alegoría es tan ostensible como aguda e inteligente.
Que los estereotipos abunden en esa lucha vital e imaginaria de vidas paralelas, posibilidades e impregnaciones personales en toda ficción, no hace más que engrandecer el sentido de la obra que propone Ozon. La vida ejerce como fantasía y necesidad de romper mentalmente las puertas y proyectarse en nuevas historias, el alejamiento de la gris realidad queda reiterado en tantas ocasiones como problemas desprenden los personajes de ficción. La obra de teatro Juan Mayorga parece decirnos que nadie está exento del drama de esa farsa que llamamos vida y que somos manipulables por un destino mayor: no sabemos si realmente somos los narradores de nuestra propia historia. Los sueños perdidos y la reactivación de viejas frustraciones junto a los peligros de cambiar el rumbo del destino impuesto, envolverán la mirada de la realidad desde la condición del gran ojo y espectro del voyeur. El chico de la última fila es aquel que tiene la capacidad de observar al resto desde la lejanía, al igual que el profesor tiene el otro envidiable ángulo desde el primer avance de la pizarra. El maestro y el discípulo, el padre y el hijo, el aprendizaje de mirar y asomarse a la posibilidad de narrar la vida de otros en ese viaje social, sarcástico y bohemio de todo destino sin fin conocido más allá de ese punto y aparte llamado página final. Y “En la casa” nos coloca allí, en esa posición conclusiva y privilegiada donde observar y, por supuesto, imaginar.