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Voto de CineFilio:
8

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8
Drama
La película narra las vivencias de un anciano y su nuera Ogulkeik, cuyo marido ha muerto en la guerra, pero ella sigue esperando que vuelva. Éste sigue apareciendo en su imaginación, que ve en cada gesto una premonición del regreso. La guerra es la causante de la ruptura familiar, de que Ogulkeik no pueda tener hijos y de que su sueño de ser madre no se cumpla. (FILMAFFINITY)
30 de enero de 2020
30 de enero de 2020
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Posiblemente la única película de Turkmenistán que muchos espectadores han visto y, por eso, calificada como la cinta que puso a esa exrepública soviética en el mapa de la cinematografía, "La Nuera" se desarrolla al finalizar la Segunda Guerra Mundial en medio de un desierto turcomano.
Allí Ogulkeik vive con su suegro y espera que su marido, desaparecido en acción, vuelva del conflicto bélico, mientras realiza sus actividades cotidianas en un trasfondo árido pero que a la vez es una paleta de colores vibrantes, de chales, de alfrombras, de ropas; tonos y matices que paradójicamente encuentran un eco sonoro tanto en el silencio de las mujeres, que no hablan directamente a los hombres, como en las voces del ganado, el ruido de aviones imaginados, y el correr del agua, contrapunto infaltable en las imágenes del desierto. La música es como el agua, como los animales y como las arenas: lo llena todo.
Se trata de un largometraje bordado con flashbacks visuales que le dan un enfoque soñador e impresionista.
Y es una película de construcción sólida que supera el reto de desarrollarse en un área de no más de 1,000 pies cuadrados. Pero que no consigue involucrarnos del todo, emocionalmente, en la historia central, y hace que uno la siga más que nada por su rareza.
Porque esta película llena de melancolía es también una perla extraña en un viejo rincón de un perdido desierto en una esquina de un imperio hoy desparecido, en un país exótico y sepia, encrucijada de civilizaciones, llamado Turkmenistán.
Allí Ogulkeik vive con su suegro y espera que su marido, desaparecido en acción, vuelva del conflicto bélico, mientras realiza sus actividades cotidianas en un trasfondo árido pero que a la vez es una paleta de colores vibrantes, de chales, de alfrombras, de ropas; tonos y matices que paradójicamente encuentran un eco sonoro tanto en el silencio de las mujeres, que no hablan directamente a los hombres, como en las voces del ganado, el ruido de aviones imaginados, y el correr del agua, contrapunto infaltable en las imágenes del desierto. La música es como el agua, como los animales y como las arenas: lo llena todo.
Se trata de un largometraje bordado con flashbacks visuales que le dan un enfoque soñador e impresionista.
Y es una película de construcción sólida que supera el reto de desarrollarse en un área de no más de 1,000 pies cuadrados. Pero que no consigue involucrarnos del todo, emocionalmente, en la historia central, y hace que uno la siga más que nada por su rareza.
Porque esta película llena de melancolía es también una perla extraña en un viejo rincón de un perdido desierto en una esquina de un imperio hoy desparecido, en un país exótico y sepia, encrucijada de civilizaciones, llamado Turkmenistán.