Ver esta película casi 20 años después de su estreno pone de manifiesto una cosa, que el 3D puntero de 2004 da repelús hoy en día. El argumento, como casi todo lo que tiene que ver con el Santa "stalker" Klaus, es bastante "creepy". El tren de la bruja... perdón, el tren polar se convierte en una especie de sala de tortura anecdótica (ni si quiera hay un plan preciso de lavado de cerebro) en el que a un pobre niño se le hace un MK Ultra navideño para que crea en Papá Noel.

Una vez llegados a su destino, los niños ya preparados por el equipo de torturadores psicológicos, descubren una ciudad élfica poblada de una especie de orcos rojiverdes bastante indistinguibles. Emerge entonces la figura tan horripilante como mesiánica que Santa, que agita su látigo punitivo de leds contra unos renos hasta arriba de LSD.

Este ser es alabado como un tirano norcoreano. A mi modo de ver nada tiene que envidiar a cualquier monstruosidad Lovecraftiana, capaz de cruzar el espacio y el tiempo y saberlo todo de ti... y cuidado... está llegando a la ciudad.

Esta peli es un preludio de parque de atracciones de terror. Como toda tecnología "nueva" se suele tender a abusar y a abusar de "eso que hace tan bien", en este caso y de forma muy intensa, dar una visión en primera persona de todo tipo de caídas, picados y trayectorias de trenes, trineos y todo vehículo que aparezca, cuya tendencia es a caer a toda velocidad. 0 al delegado de Riesgos laborales de la empresa.

Un despliegue visual que acompaña a un argumento deslavazado, mucho más inquietante que mágico.