EL guion de A Working Man no es perfecto y hay matices que desentonan, como que la pequeña hija del protagonista sea consciente del clima de violencia en el que se desenvuelve su padre o que la secuestrada parezca estar más fastidiada que asustada. Y sí, muchas veces se pierde el foco de la misión principal. Pero, si el espectador quiere un relato verosímil y complejo a nivel narrativo, quizá deba buscarla en otro tipo de género.

Lo que sí es un parámetro fundamental a tener en cuenta en películas de acción es el ritmo. En casi dos horas de metraje, el espectador no se aburre porque David Ayer le agasaja con puntos álgidos y escenas épicas hasta el final. Es un film donde realmente uno se lo pasa bien y concentra sus cinco sentidos en lo que está visualizando.

Un incentivo añadido para mantener a la audiencia conectada es la variedad de personajes que se van desplegando a lo largo de la historia y la interconexión entre ellos: cada uno de los capos de la mafia rusa a los que Levon (Jason Statham) se va enfrentando le lleva a seguirle la pista a otro más peligroso. Además, es una gozada para todo aquel que disfruta con las actuaciones de Statham. En este caso, su personaje no tiene muchas capas, pero lo encarna de forma más que satisfactoria. En general, todo el elenco cumple su cometido, algunos mafiosos infunden miedo y otros risa, pero eso resalta aún más a un invencible –que no verosímil– Levon.

Por último, alabar la calidad visual, con unos planos aéreos exquisitos, un sonido envolvente y una escenografía e iluminación atractivas (en especial con las guaridas de los malos, uno de los cuales, pareciera estar sentando en el famoso trono de hierro).

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