Hábil distopía social surgida a partir de una catástrofe. Un terremoto destruye toda la ciudad de Seúl salvo un bloque de apartamentos. Mientras supervivientes sin hogar tratan de arribar al único refugio existente, los inquilinos se muestran dispuestos a defender su fortín y establecer un nuevo orden bajo extrictas reglas, impuestas por un líder inflexible.

Estamos ante otro producto surcoreano que se puede encuadrar en un categoría similar a la de Snowpiercer (2013). También se habla de un nuevo orden surgido del caos y, también, de la existencia de una clase desfavorecida que, en este caso, vendría a ser todo aquel de fuera del bloque. Vemos como surge la figura de un dictador, en apariencia elegido por su idoneidad para el puesto, y cómo la obediencia debida se impone de la mano de la conveniencia egoísta. Los residentes del bloque se convierten en una tribu con su consiguiente deshumanización, y cualquier elemento externo se considera una amenaza.

No esperen contexto. El terremoto parece haber arrasado todo el país salvo el bloque de apartamentos, y no hay rastro de presencia gubernamental o equipos de rescate. Es solo un pretexto para ofrecernos la situación que provocará el siguiente devenir de los hechos, una hipótesis sobre cómo se conduciría la humanidad en ausencia de instituciones, un sistema de organización social o algo parecido a un Estado. No hay sorpresas con los resultados en este mundo que los anarcofrikis postulan como su mayor ideal. Ojalá algún día puedan vivir para sufrirlo. Pero solo ellos.