Hiperbólica producción que desecha cualquier coherencia narrativa para arrojarnos a la cara un puñado de vísceras. Elizabeth es una actriz en decadencia que sobrevive gracias a un programa televisivo de gimnasia. Pero llegada una edad se huele el recambio, de modo que se agarra a una misteriosa droga que la convierte en una versión de sí misma más joven, sexy y arrolladora llamada Sue.

Hay que separar el mensaje de la forma de emitirlo. Lo primero es muy obvio, aunque no por ello deja de ser pertinente. Las actrices sufren, por lo general, un declive profesional estrechamente vinculado a su edad. Es algo estadístico que no admite mayor discusión, tanto que muchas de ellas recurren a diferentes cirugías para seguir siendo aceptadas en la industria del cine, con resultados dispares. Y es algo que no les sucede a los actores, o les ocurre mucho más tarde.

Luego tenemos la manera en que la película nos traslada este mensaje, sacrificando el guion hasta el tuétano, ya que todo es una gigantesca metáfora sobre la sexualización de la mujer para disfrute del público masculino. Hasta que cumple una edad en la que ya no es "follable". Y para ello se sirve de imágenes tan sexualizadoras como las que denuncia, con lo que estaría incurriendo en una contradicción que no le generará pocas críticas. Las dos actrices principales lucen desnudos integrales (aunque Margaret Qualley lleva una prótesis de pecho, por lo que las tetas que le vemos no son las suyas) que se repiten en varias escenas. Los reiterados planos del cuerpo de Qualley en bañador durante las sesiones de aerobic inciden aún más en este aspecto. Juzguen ustedes si esto es para hacer más inmersiva la crítica o si se está cayendo en la misma explotación que pretende denunciar.

El tramo final resulta tan grotesco que parece irreal, y ahí pienso que la crítica se pasa de frenada, entregando todo el peso a un body horror que solo parece buscar la mueca de desagrado. Ya lo habíamos pillado, no hacía falta el baño de sangre con la manguera, sabemos que los que miran y disfrutan tienen tanta culpa como los que producen el espectáculo. Y, a pesar de tanta caricatura y esperpento, encontré dos guiños que me resultaron simpáticos, como fan del cine de terror: a El Resplandor y a La Cosa. No pueden ser casuales, no creo que lo sean.

Aunque sea una cinta que se encuadra dentro de la agenda feminista, no ahorra críticas para las propias mujeres, que son las que, en última instancia, toman decisiones que les terminan perjudicando. El ansia de reconocimiento y celebridad puede ser la gasolina que las haga arder, ya sabemos que la fama es como una droga sin la que muchos famosetes, acostumbrados a ella, no pueden vivir. La brocha gorda no oculta el mensaje, pero sí puede distraer a los menos avispados o a los que busquen una historia mejor hilvanada, al margen de metáforas. Es una película polarizadora, que además dura dos horas y veinte minutos. Cuidadín.