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Voto de Tiggy:
8

Voto de Tiggy:
8
7,3
5.245
20 de marzo de 2020
20 de marzo de 2020
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Zorba el griego es una esplendorosa oda a la vida. Una oda a esa vida placentera, no fructuosa, que cualquier individuo quiere vivir, pero pocos se arman del valor para si quiera intentarlo. El personaje de Alexis Zorba, interpretado por un voraz Anthony Quinn, es la encarnación de la vida y la muerte, de Dios y Satanás, del descenso al infierno y el ascenso al Cielo, de las preocupaciones despreocupadas, del ensayo y la poesía, de la tristeza alegre. Mihalis Kakogiannis, director de la cinta, emplea oxímoros equivalentes al mismísimo Quevedo, siendo estos más gráciles y sutiles, en una particular historia de ambientación cretense, con reminiscentes guiños al cine rural de Luis García Berlanga. Los diálogos condensan sabiduría inesperada, el personaje de Zorba, un vividor, muestra dónde reside la verdadera instrucción a un erudito, Basil (Alan Bates), el cual cree que todo se encuentra en los libros. Zorba el griego también es tomada como una tragedia griega, repleta de moralejas, que recuerda a autores clásicos como Esquilo, Eurípides o Sófocles, conteniendo a la par elementos de la comedia clásica de Aristófanes, enmascarando el fondo dramático en el que se asienta, creando, así, una increíble tragicomedia que rememora a ¡Bienvenido, Míster Marshall! La música está empleada de manera soberbia; cada nota de la sinfonía encaja a la perfección con las escenas, con cada fotograma, creando un espectáculo asombroso e imposible de olvidar. Así mismo, la danza y la música juegan un papel primordial (al igual que en las obras teatrales clásicas), el instrumento usado, el santur, se acopla a la perfección con el argumento y la fotografía, el cual también es utilizado como medio para crear líneas con tema filosófico. Zorba el griego demuestra al espectador que cualquier hombre necesita, al menos, un atisbo de locura para llegar a la felicidad y a la libertad. Imperdible y poco conocida obra que merece el visionado de cualquier cinéfilo, y de cualquiera que no lo sea. Y, como dijo Nietzsche: "y consideremos perdido cualquier día que no hayamos bailado alguna vez..."