La historia se desarrolla como un juego de espejos, la línea entre la verdad y la mentira es difusa, y la propia realidad parece convertirse en una trampa cuidadosamente orquestada.

Soderbergh no se apoya en grandes explosiones ni persecuciones espectaculares, sino en una narrativa de relojería donde cada gesto, cada palabra y cada silencio cuentan, a lo largo de la película, el protagonista debe enfrentarse no solo a la posibilidad de haber sido engañado, sino también a la duda de si alguna vez conoció realmente a la mujer con la que compartía su vida.

El director construye la historia desde la ambigüedad, no hay respuestas fáciles ni personajes completamente inocentes. La estructura está cuidadosamente diseñada para que el espectador, al igual que George, dude en todo momento de lo que está viendo.

Michael Fassbender brilla en un papel contenido y emocionalmente complejo, su interpretación mezcla estoicismo con vulnerabilidad, y transmite con eficacia el conflicto entre sus convicciones profesionales y el amor por su esposa. Fassbender lleva el peso emocional de la cinta con solvencia, transmitiendo la angustia del personaje sin necesidad de subrayados.

Cate Blanchett, por su parte, es magnética, su Kathryn es un enigma perfecto, tierna y sospechosa a partes iguales, la ambigüedad que maneja la actriz en cada escena es fundamental para sostener la tensión de la trama.

La fotografía, austera y elegante, apuesta por una paleta fría que refuerza la atmósfera de paranoia y distanciamiento emociona, el montaje, contribuye al tono meticuloso y mantiene el ritmo pausado pero nunca aburrido.

Es un thriller maduro y sobrio que, más que centrarse en la acción, opta por explorar los rincones más grises de la confianza y la traición. Steven Soderbergh ofrece una película elegante y bien construida, con dos interpretaciones principales sólidas y una dirección que privilegia la inteligencia del espectador.