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6,8
2.161
Intriga. Comedia. Drama
En el verano de 1694, el señor Neville, un ambicioso y prometedor dibujante, visita la mansión del señor Herbert, en Compton Anstey (Wiltshire). La mujer del anfitrión le encarga doce dibujos de la casa con el foso y los exquisitos jardines. Sin embargo, Neville se verá envuelto en una intriga doméstica que lo convertirá en sospechoso de adulterio y algunas cosas más. (FILMAFFINITY)
8 de abril de 2011
8 de abril de 2011
23 de 27 usuarios han encontrado esta crítica útil
Carente de equilibrio, como no podía ser de otra manera. Farragosa, no por lo enigmático, porque Greenaway no deja duda por resolver, sino por la necesidad de explicarlo hasta la extenuación. Se apoya para ello en los diálogos, ágiles, sí, pero casi todos abusivos; sexualmente explícitos y divertidos y por supuesto, innecesarios a la hora de esclarecer la trama. Y aún así, el director no prescinde nunca de ellos.
Lejano al poder visual que emanaba “El cocinero, el ladrón, su mujer y su amante”. Es comprensible, que Greenaway prescinda de una profundidad de foco que a gritos pide esa campiña, puesto que pretende buscar en el plano la proyección de la perspectiva pictórica, pero merma la posibilidad visual que desarrolló años más tarde en “El vientre del arquitecto” (donde existe una simbiosis con la geometría -escultura y arquitectura romana-) Tampoco encuentro que sea un ejercicio barroco. Tiende a ello, como los límites, pero aún le quedaba al autor trabajo para llegar a realizar “El niño de Mâcon”. Esa sí es barroca. Aquí sólo nos quedamos con unas pelucas y mangas con puñetas. Incluso “El cocinero...” es mucho más barroca.
Greenaway tiene buen gusto a la hora de escoger la partitura pero escaso tino en el momento en sincronizar notas e imagen. Siempre reiterativo, las ovejas acaban merendándose a los pastores.
Es habitual en las propuestas de Greenaway abusar con alevosía de la simbología y salir airoso, pero cuando esta es explicada con pelos y señales, como ocurre en este caso (tras el contrato por el décimo tercer dibujo) pierde validez. La simbología mitológica (Deméter y Perséfone) sobre la que se apoya la película funciona tanto y cuando sirve de historia alegórica a la trama y deja de hacerlo cuando todo se vuelve explícito.
Mejor asentada queda la lucha racionalista de Mr. Neville (detallismo, armonía matemática, orden cósmico) frente a la mentalidad emocional, caótica y naturista que Mrs. Talmann impone definitivamente al contratar al nuevo dibujante. Mrs. Talmann le dice al dibujante en medio de una conversación:
“Estoy convencida de que un hombre inteligente hace una pintura objetiva, pues la pintura exige cierta ceguera, un rechazo parcial de la percepción de todas las cosas. Un hombre inteligente percibirá aquello que no ve. Y en el espacio que hay entre saber y ver se encontrará atrapado, incapaz de seguir fielmente una idea, por temor a que los espectadores perspicaces, a los que quiere agradar, le pillen en falta no sólo por no utilizar, lo que sabe, sino también por no utilizar lo que ellos saben. Si sois inteligente, y un pintor objetivo, pues, percibiréis que la construcción que os he sugerido podría muy bien superponerse al contenido de vuestros dibujos”.
La suerte de Mr. Neville está ya echada. Hades lo espera con la granada.
Lejano al poder visual que emanaba “El cocinero, el ladrón, su mujer y su amante”. Es comprensible, que Greenaway prescinda de una profundidad de foco que a gritos pide esa campiña, puesto que pretende buscar en el plano la proyección de la perspectiva pictórica, pero merma la posibilidad visual que desarrolló años más tarde en “El vientre del arquitecto” (donde existe una simbiosis con la geometría -escultura y arquitectura romana-) Tampoco encuentro que sea un ejercicio barroco. Tiende a ello, como los límites, pero aún le quedaba al autor trabajo para llegar a realizar “El niño de Mâcon”. Esa sí es barroca. Aquí sólo nos quedamos con unas pelucas y mangas con puñetas. Incluso “El cocinero...” es mucho más barroca.
Greenaway tiene buen gusto a la hora de escoger la partitura pero escaso tino en el momento en sincronizar notas e imagen. Siempre reiterativo, las ovejas acaban merendándose a los pastores.
Es habitual en las propuestas de Greenaway abusar con alevosía de la simbología y salir airoso, pero cuando esta es explicada con pelos y señales, como ocurre en este caso (tras el contrato por el décimo tercer dibujo) pierde validez. La simbología mitológica (Deméter y Perséfone) sobre la que se apoya la película funciona tanto y cuando sirve de historia alegórica a la trama y deja de hacerlo cuando todo se vuelve explícito.
Mejor asentada queda la lucha racionalista de Mr. Neville (detallismo, armonía matemática, orden cósmico) frente a la mentalidad emocional, caótica y naturista que Mrs. Talmann impone definitivamente al contratar al nuevo dibujante. Mrs. Talmann le dice al dibujante en medio de una conversación:
“Estoy convencida de que un hombre inteligente hace una pintura objetiva, pues la pintura exige cierta ceguera, un rechazo parcial de la percepción de todas las cosas. Un hombre inteligente percibirá aquello que no ve. Y en el espacio que hay entre saber y ver se encontrará atrapado, incapaz de seguir fielmente una idea, por temor a que los espectadores perspicaces, a los que quiere agradar, le pillen en falta no sólo por no utilizar, lo que sabe, sino también por no utilizar lo que ellos saben. Si sois inteligente, y un pintor objetivo, pues, percibiréis que la construcción que os he sugerido podría muy bien superponerse al contenido de vuestros dibujos”.
La suerte de Mr. Neville está ya echada. Hades lo espera con la granada.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Si queda demasiado expuesto el mito de Perséfone al ser explicado hasta en dos ocasiones durante el metraje, ocurre lo contrario en el desenlace final, donde Greenaway, valiéndose de nuevo de la mitología, construye una urdimbre dificil de desentrañar. A pesar de las pistas esparcidas desde el mismo inicio, donde oímos cantar “la Reina de la Noche derrotó al día” o nos explican el pánico que Mr. Herbert siente al agua (con broma religiosa incluida), me resulta desconcertante tanta simbología abierta a múltiples lecturas: desde la ceguera con fuego del dibujante, el cuerpo casi desnudo con llagas en las manos y costados entre sábanas, o la propia estatua-humana comiendo una piña (exótica, fértil y por tanto ¿inmortal?) con la que se cierra la película.
Reconozco que me supera y que quizá no pueda valorar su conjunto como debiera, aunque sólo un director como Greenaway es capaz de amoldar la trama a sus más hondos caprichos hasta convertirla en un elemento baladí, aunque cuando lo alegórico es tan espeso, corre el riesgo de ser oveja sin pastor.
Reconozco que me supera y que quizá no pueda valorar su conjunto como debiera, aunque sólo un director como Greenaway es capaz de amoldar la trama a sus más hondos caprichos hasta convertirla en un elemento baladí, aunque cuando lo alegórico es tan espeso, corre el riesgo de ser oveja sin pastor.