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Críticas 21
Críticas ordenadas por utilidad
Críticas ordenadas por utilidad
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25 de octubre de 2024
6 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
De un modo u otro, el cine y la literatura de terror siempre tratan acerca del ser humano, supongo yo: acerca de nuestros miedos, acerca tal vez de los deseos reprimidos, acerca de aquello que, se supone, es nuestra verdadera naturaleza, etcétera. Pero los fantasmas y seres sobrenaturales de Kiyoshi Kurosawa hacen sentir mayor inquietud que otros personajes del género porque remiten a asuntos cotidianos, y por esta razón sus películas se cuentan entre las más interesantes de este tipo rodadas en las últimas décadas.

Su cine es una buena muestra de la posibilidad, tan atractiva, de profundizar y tratar asuntos serios a partir de géneros populares: se dirige uno a la mayoría del público, no solo a los cinéfilos y, envueltas en códigos genéricos de sobra conocidos y en entretenimiento, se ofrecen reflexiones no tan habituales y se llega a un mayor número de espectadores. Por decirlo de alguna manera, hablamos de un "autor de género".

En el libro «Introducción a la cultura japonesa», en concreto en el capítulo «Traducir la identidad», Hisayasu Nakagawa afirma que en Japón la identidad está sujeta a la «red social» y que, por el contrario, el occidental —se refiere al francés, pero para el caso es lo mismo— es un un sujeto «independiente y atomístico» cuya identidad «trasciende la situación». En nuestra parte del mundo todos nos podemos identificar con independencia de la red social; en Japón eso no es posible, deduzco yo partiendo de la exposición de Nakagawa. «Inspector de policía, o marido, ¿quién es usted realmente?», pregunta Mamiya a Takabe. Es una clarísima alusión a la identidad tal como se entiende en Japón, donde uno es, según el caso, el inspector, el padre, el hijo, el alumno, el profesor, el paciente, el médico, la madre, la hija, etcétera... y nada más que eso, es decir, donde uno nunca puede desligarse de los otros sujetos y siempre está integrado en un contexto social. La identidad occidental debe entenderse entonces como una identidad individual, “trascendental” o “abstraída”; la identidad japonesa, como una identidad “contextual” o “relacional”.

Cuando el siniestro vagabundo Mamiya pregunta por la identidad en «Cure», lo hace con la intención de que la persona a la cual se dirige se defina en función de sus relaciones sociales más estrechas: preguntar quién eres es preguntar con quién te relacionas, en qué contexto social estás integrado. Lo que pretende este inquietante personaje es desanudar los lazos sociales (y por tal cosa debe entenderse también los lazos familiares) para “curar” a la persona de la “presión social”, para liberarla de los vínculos que la atan. De este modo Kiyoshi Kurosawa hace en mi opinión una crítica social al Japón contemporáneo, en donde tal vez los vínculos sociales se hayan degradado bastante. Mamiya transforma a la gente en individuos radicales, digámoslo así, con todo lo que eso conlleva: las personas ya no se hacen cargo de los demás, muestran un comportamiento egoísta, "atomístico", simbolizado por los asesinatos, claro está. Todos los elementos de la película deben traducirse al ámbito social.

Es muy importante la amnesia de Mamiya: no recuerda quién es porque ya no tiene “cargas”, se ha liberado de los demás. Takabe le reprocha su existencia: Mamiya es un criminal (de naturaleza sobrenatural, eso sí), alguien capaz de no observar las normas sociales y vivir al margen, sin responsabilidad alguna para con los demás. Por eso su condición es la del vagabundo: no está ligado a nada ni a nadie.

No destripo nada en la zona oculta; continúo ahí por falta de espacio.
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La policía localiza en el almacén del hospital a Mamiya y Takabe se adentra en el lugar. En contraluz, sumido en la oscuridad, el vagabundo fuma y formula la pregunta por la identidad. Sin embargo, Takabe se resiste a definirse en función de su contexto social más íntimo, el que le supone mayor “carga”, se identifica como inspector de policía y grita: «¡Soy yo quien hace las preguntas!». ¿Qué puede significar esto? El asunto se va revelando poco a poco y queda claro al final de la película y, antes, en una secuencia metafórica transcurrida en la institución mental donde encierran a Mamiya; pero pensad: el vagabundo hace preguntas y, en calidad de policía, Takabe hace preguntas para hallar la identidad de la gente; entonces…

Durante el interrogatorio muestran a Mamiya una serie de fotografías: son retratos de los asesinos. Sorprendentemente entre ellas hay un retrato del psicólogo…

Hay algunos planos para el recuerdo, por ejemplo, ese en que se ve la pistola de Takabe apuntando hacia abajo y la mano de Mamiya alzada… No puedo decir más. Kiyoshi Kurosawa también tiene mucha fuerza visual, un gran talento para la imagen.

Y consigue atmósferas espeluznantes con muy pocos elementos, a veces con prácticamente nada. En la mencionada secuencia del almacén por ejemplo: sombras, contraluz, unas cajas… y poco más. Me parece una película fascinante capaz de hacer pasar miedo con un minimalismo en la puesta en escena sorprendente y una interesante forma de convertir en siniestros objetos o elementos cotidianos: aquí no hay castillos fastuosos, ni sangre manando a borbotones, ni hordas de monstruos, ni vestuario de época, ni aullidos escalofriantes; hay un encendedor con su llama, un almacén, una playa desierta, agua derramada que fluye, la habitación de un hotel barato, un hospital con aspecto de viejo y descuidado, un edificio abandonado perdido por ahí… El propio Mamiya es alguien en principio normal, nada amenazador, y eso le confiere un carácter si cabe aun más inquietante a su naturaleza. En definitiva, la cumbre de la filmografía de su director, me parece a mí.
19 de marzo de 2017 4 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
El caso de Mamoru Oshii es parecido al de Dashiell Hammett, Raymond Chandler, John Ford y Akira Kurosawa; como ellos, ha dignificado ciertas formas de expresión en principio carentes de valor artístico. Tenemos pruebas de su voluntad de ir más allá en el refinamiento de su estilo, consistente en expresar los asuntos de manera indirecta, y en la complejidad de esos asuntos, entre ellos la relación de Japón con la guerra después de que a su ejército le permitieran actuar fuera de sus fronteras («Patlabor 2») o los a su juicio inevitables cambios producidos en el cuerpo humano por la tecnología, que conllevarán problemas de identidad para los humanos modificados («Ghost in the Shell»).

La belleza de sus imágenes podría no aceptarse del todo por la siguiente razón. Muchos de los más exigentes aficionados al cine son también aficionados a otras artes y guardan en su memoria las formas clásicas: el arte grecolatino, el Renacimiento, el barroco, el neoclasicismo, el Romanticismo, el arte tradicional japonés, etcétera; y también las formas asociadas al cine clásico de calidad, por supuesto. Pero Oshii presenta imágenes de urbes del futuro, de tanques futuristas y armas de fuego y algunas inspiradas tal vez en el concepto japonés de «wabi sabi», algo así como la belleza de las cosas imperfectas, cuya imperfección se debe al paso del tiempo, que acaba por borrar las primigenias propiedades y el fulgor inicial. Algunas partes de esta «Stray Dog» son de hecho muy «wabi sabi», porque, entre otras cosas, la película trata sobre el paso del tiempo y el continuo fluir de la existencia. Ahora bien, las melancólicas y modestas imágenes de lugares abandonados tal vez no puedan competir contra el atractivo de los cuadros barrocos ni con el de las películas «jidaigeki», el cine de época japonés.

Cuando terminé de ver la película me pregunté por qué las imágenes de lo que pasa velozmente ante los ojos (otros vehículos, carteles, edificios) cuando Inui y Tang Mie viajan en la furgoneta y las de vehículos cruzando de lado a lado la pantalla me habían hecho sentir tristeza. Me acordé de «Madre e hijo», de Aleksandr Sokurov, en la que un tren cruza la pantalla de lado a lado. Todas estas imágenes representan la fugacidad de la existencia.

Inui es un soldado adiestrado para recibir órdenes. Cuando disuelven el cuerpo al cual pertenece, se convierte en un hombre perdido. Sin jefes su vida no tiene sentido y su ser se vacía de contenido. Buscar a Koichi, su antiguo jefe, oculta algo más profundo: la búsqueda de un sentido para la propia existencia. Inui da vueltas a toda velocidad en un campo de béisbol; está anclado al pasado, no puede avanzar. Requiere de Koichi para que le indique cuál camino elegir. Koichi reniega de su condición de soldado, es decir, se niega a recibir órdenes. Remarca la idea de que, al renegar de dicha condición, elige elegir. Es decir, insta a Inui a olvidar el pasado y a dejar de ser soldado. En esta película se expresa de algún modo la angustia y la incertidumbre producidas por la libertad.

Inui se imagina caminando a través del edificio donde su cuerpo se acantonó. A los lados del pasillo hay soldados armados y ataviados con sus armaduras. De nuevo en el presente, se ven cascos y armas amontonadas y cubiertas de polvo, balas desperdigadas por el suelo y un vehículo militar destartalado, todo ello símbolo del paso del tiempo. Inui siente nostalgia al recordar el tiempo en que su vida tenía sentido.

Inui y Tang Mie buscan a Koichi; la cámara recorre las carreteras y las calles del sur de China trazando travellings de avance, una metáfora de los pasos vitales de Inui: delante de él no hay nada. De súbito, Oshii insinúa bellamente un sentido. Frente a Inui aparece...
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...Tang Mie, caminando delante de él, de espaldas a la cámara. Ahora Inui la sigue; éste es el sentido para su vida, una mujer.

Koichi está viviendo frente al mar, en un lugar donde el cielo está despejado. Hayashi aparece de nuevo e informa a Inui de que quieren llevarse a Koichi para juzgarlo por la rebelión. Promete que le permitirán vivir con Tang Mie si lo entrega.

Inui hace una elección: decide impedir que se lleven a Koichi. Se enfunda su armadura; empuña la ametralladora; cubre su cabeza con el casco y su rostro con la máscara, en la que brillan dos ojos enormes, redondos y rojos. Elimina a todos sus enemigos menos a uno, que escapa a sus balas y lo abate. Su elección le ha acarreado la muerte.

Por cierto, en el primer tercio de la película hay un plano inquietante, a la altura de las mejores imágenes creadas por el director: los miembros del cuerpo, ataviados con la armadura, el casco y la máscara, levantan sus cabezas al unísono y miran al espectador con sus ojos redondos y rojos.

Mientras recorre el hotel abandonado, un nuevo símbolo del paso del tiempo, Oshii recuerda con melancolía lo que conllevará la decisión que ha tomado Inui. Se ve el pasillo por el cual avanza con su ametralladora; nada hay delante de él. De pronto, la imagen cambia: ahora la cámara avanza por una de las calles y vemos a Tang Mie, caminando delante de él. Pronto irrumpen en el pasillo algunos enemigos; el anhelo de un destino diferente se desvanece.

La cámara se adentra de nuevo en una calle: al principio, nada por delante de Inui. Al final de la calle está Hayashi, mirándolo y esbozando una sonrisa malévola. Al toparse con él, la cámara no puede seguir su desplazamiento y se desvía hacia un templo budista. Este hombre es una representación del destino fatal o de la muerte.

Al final de la película, vemos el crepúsculo, metáfora de la muerte. También un avión cruzando el cielo nocturno, justo encima de Koichi, que porta su maleta; es, de nuevo, la fugacidad de la existencia. Oshii insinúa en este final una coexistencia de la libertad de elección y la fatalidad, entendida esta última como la muerte de Inui y la imposibilidad de evitar que Koichi regrese para ser juzgado, imposibilidad adelantada por Hayashi.

Merece la pena, como casi todas las películas de este director.
19 de mayo de 2023 3 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
La incomodidad tiene cabida en la creación artística, y un ejemplo es la categoría de lo sublime: la terrorífica inmensidad de los paisajes representados por los pintores adscritos al Romanticismo. Pero hay cierta incomodidad, cierto desagrado, que de ningún modo puede constituir un motivo para el arte.

En una obra de arte pueden representarse como hermosos muchos motivos desagradables, dice Immanuel Kant en su «Crítica del juicio»; ahora bien, no ocurre lo mismo en el caso de los motivos asquerosos porque, nos advierte, no hay modo de representar tales motivos y, al mismo tiempo, suscitar placer estético. El asco es incompatible con la belleza, la destruye, y sin belleza, da igual el tipo, no hay arte. Es decir, el asco es un límite para el arte, una prohibición, un “no”. Podemos definir la libertad como el acto de ir más allá de los límites; sin embargo, si consideramos el ámbito artístico, una vez traspasados, el resultado obtenido dista mucho de ser algo a lo cual pueda llamarse obra artística. Exposición ficticia de estrafalarias parafilias, de interés indudable aunque un tanto escabroso; pero no obra artística.

Si bien Albert Serra no se excede en «Liberté», su película contiene y también sugiere los suficientes motivos asquerosos como para causar una incomodidad incompatible con cualquier sentimiento de agrado. Lo sublime nos desagrada, pero a la vez nos atrae; lo asqueroso solo nos repele. El interés de la película estriba precisamente en mostrar personas capaces de excitarse con prácticas escatológicas (y también sádicas y masoquistas, pero este es otro asunto).

Por cierto, sucede lo mismo en algunas películas, no en todas, de David Cronenberg; a pesar de que emplea motivos asquerosos distintos y de que, a diferencia de Serra, su espíritu tiende sin duda a la poesía —a la metáfora—, su concepción es en algunos aspectos similar, la de desvelar aquello que causa asco, y, por lo tanto, en mi opinión también se trata de una cuestionable forma de entender el arte. Siento ciertas simpatías hacia Cronenberg; por eso he tardado en aceptarlo y confesarlo.

Este tipo de películas me sirve en la tarea de definir de la manera más consciente posible mi ideología artística, algo últimamente obsesivo para mí. Eso sí, no pretendo ser original, sino más bien adscribirme a una corriente, o a varias: nuestra personalidad nunca es homogénea, y tomamos cosas de aquí y de allá. Saber lo que no nos gusta es útil para ir delimitando los contornos de nuestras personalidades como receptores de arte y como modestos ensayistas y críticos: lo siento, pero mi camino no es el camino recorrido por Serra en esta película. Veremos en otras.
10 de enero de 2025 2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Por su forma, «Blade Runner» es una de las más fascinantes películas, capaz de introducirnos en un universo verdaderamente distinto al nuestro, al menos visualmente hablando porque puede sostenerse que esta, como casi todas las películas de ficción científica, trata en realidad sobre el presente, o, mejor, sobre cómo será el futuro si nuestro presente sigue discurriendo por cierto camino.

Para mí, destaca la secuencia de la persecución. El corazón de Zhora latiendo en la banda de sonido, un tipo de alarde inusitado en el cine de Ridley Scott: un alarde de belleza al final de la secuencia, cuando nos muestra los maniquíes en escaparates, justo en el momento en que conocemos el destino de Zhora, para producir un revelador contraste con ese destino, tan revelador como los latidos que cesan. Con este toque final, esta secuencia en principio tan convencional adquiere profundidad.

Otra secuencia fascinante es el sueño de Deckard: el unicornio atravesando el bosque en un precioso plano que pertenece a cierta versión de la película (yo entiendo todas las versiones como parte del todo, es decir, no descarto ninguna). Pero en este caso me gustaría hacer un análisis de contenido para exponer cómo entiendo yo la obra después de haberla visto varias veces ya. Lo haré en el espacio oculto porque me veo obligado a destripar.
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La primera cima

Está en el piso superior de la corporación Tyrell, donde mora el creador de los replicantes y desde el cual puede divisarse toda la ciudad. Roy accede a él con la intención de hallar respuestas; pero Tyrell no puede ofrecerle soluciones a su aflicción, causada por la fugacidad de su existencia. Una lechuza sintética preside la enorme sala; mueve su cabeza y observa con sus ojos enormes. Este animal es desde la Grecia antigua una representación simbólica de la sabiduría y, como afirma Juan José Muñoz García en su estupendo libro «"Blade Runner": "Más humanos que los humanos"», el ubicarla en el piso donde mora Tyrell tal vez sea un detalle sarcástico: aquel que ha atesorado la mayor sabiduría no puede satisfacer las demandas más acuciantes de Roy, representante, en este caso, de toda la humanidad.

Nótese que los autores del guión no parecen creer en las supuestas virtudes redentoras y emancipadoras de las ciencias y la técnica: estas no solo han sumido el futuro en una pesadilla de oscuridad, contaminación y extinción de especies animales, sino que las más poderosas de sus manifestaciones, los hallazgos punteros mediante los cuales se crea vida, están en manos de una corporación cuyo propósito, como no podía ser de otro modo dada la naturaleza de las corporaciones, es el comercio. No en manos, pues, de políticos bienintencionados ni en las de filósofos comprometidos con la idea de progreso y la misión de mitigar el sufrimiento humano y erradicar la injusticia, sino en las manos de los mercachifles. ¿Futuro propio de una simple fantasía de ficción científica, o maliciosa insinuación de aquella realidad de los ochenta, que es también, y de un modo incrementado, la nuestra?

A esto debemos añadir que al resultarnos inservibles para desentrañar los misterios insondables del ser humano y resolver nuestro problemilla de finitud, las ciencias y la técnica de ningún modo nos auparán a la ansiada condición de «alter deus». Quizá podamos en un futuro producir vida; pero este avance, sin duda sorprendente (no se trata de encumbrar las ciencias, pero tampoco de menospreciarlas), dista mucho de ser un milagro con el cual pavonearnos como especie.

La segunda cima

Está en la azotea del bloque de apartamentos deshabitado donde residía Sebastian. Cuando Roy, en pleno trance de muerte, siente piedad hacia Deckard, muestra un comportamiento ético capaz de elevarlo muy por encima de su supuesta condición de máquina orgánica. La elevación del personaje se sugiere con esta elevación física de la azotea: la secuencia transcurre en las alturas porque Roy ha llegado, espiritualmente hablando, a ellas.

Se produce en esta secuencia un evidente intercambio de papeles: el antagonista es capaz de comportarse de un modo ético; en cambio, el comportamiento de Deckard, supuestamente el protagonista, ha sido durante todo el metraje un poco ruin. Por ejemplo, en la secuencia en que suena el «Love Theme», él solo piensa en satisfacer sus deseos y no tiene ninguna consideración hacia el sufrimiento sentido por Rachel, más profundo que el suyo (no pueden compararse las necesidades sexuales de un divorciado con el descubrimiento de que los recuerdos no nos pertenecen…), e incluso la fuerza a besarlo y a decirle que lo desea. El bueno no es en realidad tan bueno; el malo tampoco es tan malo y se redime con su acto de piedad.

Esta, y no la "cima" de las ciencias y la técnica, es la verdadera cima, la auténtica conquista humana, el hecho que prueba nuestra trascendencia: la capacidad ética, en virtud de la cual nos elevamos por encima de la naturaleza.

Roy agarra la mano de Deckard y lo aúpa a la azotea para evitar su caída, es decir, lo levanta en los dos sentidos: en un sentido corporal que remite, como siempre en las grandes películas, a un sentido más allá de las meras acciones físicas. A un sentido moral o espiritual. Porque hemos de suponer que Deckard seguirá el ejemplo de Roy.
30 de octubre de 2024 2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Un héroe es aquel que se enfrenta a la injusticia motivado únicamente por creerlo su deber ético. El héroe verdadero no la emprende con los malos porque hayan matado a su mujer o a su compañero, etcétera; no necesita el impulso subjetivo de la venganza. No existe, se me puede decir, gente así. Entonces no existen héroes verdaderos.

Hasta Kurosawa, un autor tan importante en la historia del cine, comete el error de presentarnos a un héroe que, sí, se compromete con la causa de ayudar a los indefensos de este mundo; pero, primero, es un vengador: sus acciones están motivadas al principio por dicho impulso subjetivo. Así pues, surge la pregunta que ya formulé en mi crítica de «High Noon»: de no haber sufrido una pérdida personal, ¿habría actuado el héroe en esta «Los canallas duermen en paz»?

Al margen de estas reflexiones sobre el concepto de héroe —muchos no estarán de acuerdo con mi manera de entenderlo—, la película es extraordinaria, llena de la fuerza visual tan característica en la filmografía de su autor. Ves otras películas y te quedas como estabas; ves sus películas y cada imagen la sientes como un huracán emocional. Además de interesantes por los asuntos tratados, son fascinantes. Doblemente profundas, pues: en el sentido racional, propio del contenido; y en el sentido de las sensaciones. El deber de un director de cine, creo yo, es conseguir grabar sus imágenes de manera indeleble en nuestros recuerdos. Sin embargo, pocos lo consiguen.
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