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Críticas 142
Críticas ordenadas por utilidad
Críticas ordenadas por utilidad
3
21 de diciembre de 2015
9 de 9 usuarios han encontrado esta crítica útil
The Brown Bunny: ya no es spoiler

Drama de hora y media; la primera hora es soporífera. Si no fuera porque uno sabe lo que sucederá en algún momento, dado el escándalo mojigato, difícilmente toleraría completa esa hora de aburrimiento, realizada en apariencia por un principiante, además ególatra, que abusa de los primeros planos con el objetivo fuera de cuadro unas veces y fuera de foco otras, quizá con la fallida intención de ser o parecer "experimental".

El guionista, productor, director y editor Vincent Gallo, es también el actor protagónico y, por si fuera poco, opera una de las cámaras (en las peores escenas, cabe suponer).

Esa primera hora narra la depresión de un motociclista que, luego de una carrera con la creatividad de diez vueltas a la noria, viaja en camioneta durante cinco días hasta Los Ángeles. En el camino intenta relacionarse con mujeres inexplicablemente fáciles, pero aun así no puede.

Las escenas son demasiado largas y lentas en su mayoría y algunas caen en el hiperrealismo de un sucio parabrisas como crisol de 'road movie' musical bajo la lluvia con canciones que aluden al estado de ánimo.

Al tedio de una hora sigue lo bueno: Chloë Sevigny hace un acto de aparición imaginaria y, luego de un tímido escarceo, la pareja tiene un encuentro erótico, "felación real" incluida. Además de real, esa felación es gráfica o explícita, cual película porno, con la única diferencia de que aquí no vemos la eyaculación, pues la escena sugiere que ocurre dentro de la garganta (como guiño y homenaje a Lovelace, podría decirse).

La pornografía en este caso no es más desagradable que escuchar los berridos agudos de Vincent Gallo en la secuencia inmediata y final, que narra una tragedia como exteriorización terapéutica del dolor interno, explicación de su causa. Aunque las escenas son neuróticas (con la cámara en constante movimiento, la imagen borrosa y la edición de tomas rápidas, casi fugaces) y los berridos pueden resultar insoportables, el final hace de la última media hora un momento de ambivalencia desconcertante y magistral, que despierta las neuronas dormidas, nos saca del letargo.

Por encima de las estupideces que se dicen acerca de esta película, es necesario reflexionar la validez o no del sexo explícito para efectos estéticos y narrativos (sobre todo ahora que Lars Von Trier ha vuelto a poner el tema sobre la mesa y el dedo en la llaga), así como la tendencia de Sevigny al cine maldito.

Roger Ebert calificó esta película en su momento (2003) como lo peor que se había presentado en la historia del festival de Cannes, y quizá tuvo razón, pero la gente repite lo que sirva como referencia de autoridad hasta convertirlo en neta indiscutible. Con enormes diferencias, el estilo de Vincent Gallo tiene mucho en común con el de Sofía Coppola y si algo le resta credibilidad a Cannes es el bodrio infame, pero elogiado hasta la náusea, 'Después de Lucía', que el entonces presidente del festival calificó de "poderosa obra maestra" (mediante pago corrupto de Televisa, cabe sospechar), un año antes de que Spielberg lo sucediera.

No hay críticas profesionales en internet, sólo referencias reduccionistas a la "felación real" y, en el colmo de la imbecilidad morbosa, una reproducción del momento polémico entre la pornografía que, a diferencia del arte y la calidad, prolifera en internet.
13 de marzo de 2016
8 de 12 usuarios han encontrado esta crítica útil
Versión tramposa y deshonesta de un hecho histórico, demasiado conocido para engañar a alguien que no sea demasiado ignorante: En el famoso episodio del U2, avión espía de los Estados Unidos que fue derribado en 1960 cuando sobrevolaba la URSS tomando fotografías, Jrushchov jugó sus cartas con sorprendente habilidad, al denunciar el espionaje gringo sin mencionar la captura del piloto aviador, que estaba entero, intacto… sus instrucciones eran destruir el avión y suicidarse en caso de ser abatido, pero resultó un vil cobarde, y la película trata de reivindicarlo inventando circunstancias engañapendejos que serían tolerables si se tratara de James Bond, más no en una supuesta versión seria del episodio más vergonzoso para los gringos en la Guerra Fría.

Una de las secuencias más ofensivas alterna escenas de interrogatorios con torturas al espía gringo por los soviéticos, y el trato respetuoso y humano al espía soviético por los gringos, sin interrogatorios ni mucho menos torturas. ¿Cómo crees, si hasta defensor legal de bufete privado le asignaron y, por cierto, de eso trata la película?

Así todo por el estilo: En el lado oeste de Alemania reina la concordia; en el lado este, la hostilidad. Las escenas de gente que intenta saltar el muro y es asesinada por la espalda con metralla desde las atalayas, me parecen execrables, porque además son vistas desde un vagón del metro y, una vez que pasan, rematan con la peor toma de la película y la carrera del cinemagnate judío, como si la dirección de cámaras estuviera en manos de un principiante. No faltará quien admire, por ejemplo, los sesgos del guión al poner en boca de un diplomático alemán: "Todas estas ruinas se las debemos a la Unión Soviética".

Tedioso bodrio de ritmo soporífero, típico de Spielberg cuando se pone "artístico" en pos del Óscar, que debía recibirlo por su innecesaria labor propagandística de exacerbación gringófila, y de ahí que lo ganara un actor de reparto por un trabajo intrascendente y grisáceo, que ni siquiera se compara con la impactante actuación de Benicio del Toro en Sicario, por mencionar también aquí la omisión más injusta.

Ostentación de recursos materiales, más dinero que talento, como siempre, sello de Spielberg que, al hacer dupla con Hanks, resulta insoportable.

La participación de los hermanos Coen en uno de los guiones más repulsivos del milenio es, por lo menos, decepcionante.
23 de diciembre de 2015
8 de 12 usuarios han encontrado esta crítica útil
Cuatro piratas somalíes intentan secuestrar un barco de la marina mercante gringa en aguas internacionales y, al fracasar, toman como rehén al capitán durante unas horas en el bote salvavidas del mismo barco.

Para provocar la mayor tensión posible, una cámara al hombro está en constante movimiento y sus tomas son editadas con escenas muy rápidas. Además de la neurosis narrativa, los personajes están histéricos y algunos tienen caras y expresiones de retrasados mentales. En racial contraste con los corpulentos hombres blancos, los piratas son agresivos esqueletos negros y sus actitudes parecen las de unos cocainómanos de cuarto mundo. El capitán, en cambio, es tan ecuánime que atiende las heridas de sus secuestradores y, tras moralizante discusión, uno de ellos insinúa que en "América" no hay piratas porque tampoco hay necesidad, los pescadores se dedican a pescar y no al asalto de barcos buena onda que llevan comida gratuita a pueblos hambrientos.

Al final, llegan los Navy SEALs y ponen orden como siempre, con la precisión quirúrgica de un cirujano, sin daños colaterales (una escena muestra hombres musculosos que, en vez de actuar, posan con arrogancia nauseabunda).

Nominada, entre muchos otros premios, al Óscar en siete categorías, incluida la de mejor película, Capitán Phillips tiene cosas en común con Argo y las dos cintas más recientes de Kathryn Bigelow: aunque muy inferior, este relato deshonesto de un episodio intrascendente habla de Estados Unidos como la policía del mundo que dirime los conflictos violentos con un solo disparo y si acaso hay detenidos los trata con caballerosidad. Como Argo (que reduce la crisis de los rehenes en Irán al mínimo posible), se trata de un rescate exitoso… Tanto Argo y Capitán Phillips como las dos películas recientes de Bigelow (mucho más ambiciosas) son ejemplos de un cine con fines políticos y propagandísticos, pues los gringos son buenos muchachos que hacen justicia y ayudan al necesitado. La intrascendencia en este caso no obsta para tal propósito, y la epidemia mundial de imbecilidad inducida por Joligud hace el resto del trabajo.

Por estar basada en hechos reales, Rotten Tomatoes y Wikipedia la consideran una "película biográfica", tan biográfica que narra nada más unas horas en la vida del protagonista.
9 de mayo de 2016 4 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Dorothy Mills (Irlanda, 2008), de Agnès Merlet, es una película infravalorada, sumamente oscura y siniestra, sombría y necrófila, un thriller sicológico que trasciende sutilmente al horror sobrenatural, de modo que transmite una sensación de anormalidad, más por el miedo irracional de la comunidad y la patología de la protagonista que por sus poderes síquicos en el viraje argumental.

Jenn Murray encarna uno de los personajes más complejos en la historia del cine y lo hace tan convincentemente que, a ratos, parece que fueran distintas actrices, pues Dorothy contiene múltiples personalidades; la necrofilia de su desdoblamiento es un giro interesante que desvela el misterio de una historia oculta en la atmósfera viciada y hostil de gente que se refugia en la religión católica, cerrando las puertas de sus casas y de sus mentes a la ciencia, como en otras cintas de aldeas unidas por la culpa y la complicidad, que siguen la tradición de 'El nombre de la rosa' (en la genial O Apóstolo, de Fernando Cortizo, por ejemplo, los habitantes de una aldea con reminiscencias medievales asesinan a los visitantes). Por tratarse de una isla irlandesa, este ambiente resulta bastante perturbador, aunque algunos hechos (el asesinato de animales en masa, por ejemplo) no tienen explicación y son mostrados nomás para enrarecer todo…

Tanto el guión como la puesta en escena serían perfectos si no fuera por dos o tres puntos débiles: la holandesa Carice van Houten, a quien habíamos visto dos años antes en 'El libro negro', de Paul Verhoeven, aquí es una belleza más discreta, pero su capacidad histriónica no aumenta gran cosa; aun así, es aceptable, pero debía ser más que eso (menos plana o algo más expresiva que un perro San Huberto), junto a la gran revelación de quince años que parece adolescente albina y no ha vuelto a sorprendernos (ahora hace papeles menores en películas tan mediocres como Brooklyn, de John Crowley, quizá porque no es bonita y el cine de todo el mundo asume como propia la superficialidad de Joligud).

Otro defecto, inexplicable por ser una película irlandesa y no gringa, es que el dictamen sobre la salud mental del personaje (a quien acusan del intento de asesinar una bebé a quien cuidaba) depende de una siquiatra y no de una sicóloga, que todo el tiempo se comporta como sicóloga, no como siquiatra, ignorancia que también parece transmitida por Joligud a todo el mundo como una epidemia.

Por último, lo peor de la película es el final, que deja una sensación engañosa de que toda la película está mal hecha. Pero viéndola más de una vez, uno valora que se trata de una extraña y oscura obra maestra. Lo demás es fascinante y, a diferencia de su valoración en los principales portales de internet que sirven para tales efectos (6.1 en IMDb, 46% en Rotten Tomatoes, 5.3 en FilmAffinity), yo le doy un 7.5, por lo menos.

Si la comparamos con Sybil (Estados Unidos, 1976), de Daniel Petrie, basada en el caso verídico de una niña con trece personalidades distintas, Sally Field protagoniza un personaje "tierno", edulcorado para la televisión, mientras que Dorothy Mills es inquietante por el sórdido contraste de los seres que encarna, como poseída por ángeles y demonios... y hasta Carice van Houten es preferible a Joanne Woodward en el papel de "siquiatra".
21 de diciembre de 2015 4 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Amigas desde la infancia, dos mujeres cuarentonas inician sendo romance, una con el hijo veinteañero de la otra y viceversa. La relación alcanza una dimensión amorosa desde el principio y ambas asumen complicidad en su doble aventura.

Con gran carisma y calidad interpretativa, Naomi Watts y Robin Wright forman un fascinante par femenino en este drama romántico-erótico-amistoso ambientado en la playa bajo la dirección de Anne Fontaine.

La secuencia inicial de los créditos acierta en la elección de unas niñas muy parecidas a las protagonistas, que aparecen en seguida con unos niños a su vez parecidos a los hijos adultos. Abundan sutilezas por el estilo en el resto de la película, con encuadres de los mejores ángulos a luz y sombra de las actrices en sus momentos de melancolía, de modo que fotografía y actuación se hacen una misma cosa disfrutable y memorable.

Naomi vuelve a sus orígenes australianos como actriz y, por primera vez en su carrera, encarna un papel de mujer madura, madre de un adulto y, más adelante, abuela de una niña pequeña. Aunque menos conocida, Robin está plenamente a la altura de la estrella, superándola en perfección corporal.

Los hijos y un marido son el punto débil de la historia, pues carecen del encanto que rebozan las mujeres… hasta que sus vástagos tienen novias.
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