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Críticas ordenadas por utilidad
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6,6
1.602
8
7 de junio de 2005
7 de junio de 2005
28 de 31 usuarios han encontrado esta crítica útil
Pocos directores tienen la suerte o la desgracia de considerarse autores de culto con tan sólo una obra a sus espaldas. Tras el cristal fue suficiente para depositar en el mallorquín unas esperanzas no cristalizadas en sus dos siguientes entregas ( El niño de la luna fue, sencillamente, una empanada estética). El faro de la confianza vuelve a activarse con El mar, película de contornos irregulares y líneas difusas que, precisamente por eso, acrecientan su interés.
Podríamos hablar de cine turbio, enfermizo, oscuro, morboso, obsesivo... y quedarnos tan a gusto. Pero para salir a flote en las aguas cloradas de la crítica es necesario huir de convenciones, por muy ciertas que sean, y ofrecer nuevas perspectivas. En Berlín, la prensa extranjera rechazó de plano El mar por considerarla “demasiado mediterránea”. A mí mas bien me parece nórdica, fría y claustrofóbica pese a sus estallidos de violencia y sus arrebatos pasionales. No atisbo el horizonte de luz por ninguna parte. Mucho mejor así: el poder evocador del título se da de bruces con una realidad esquemática.
El brutal capítulo de la infancia, que marca la vida de los tres principales personajes, está quizá algo dilatado pero la trama central del film (exceptuando ese forzado asunto del contrabando de cajas), que transcurre en un sanatorio para tuberculosos, parece estar intervenida por un cirujano. Un establecimiento, por cierto, despojado de ese halo romántico que atraviesa el sanatorio de La Montaña Mágica . Las paredes están desconchadas, hay mucha sangre, los tragaluces ahogan el día... Es el hábitat donde la muerte flagela a la religión, el deseo a la culpa y ésta al éxtasis. Y Villaronga, bisturí en mano, disecciona estas peliagudas imbricaciones con un atrevimiento alejado de la trascendencia.
Como no podía ser menos, la fotografía es pálida y moribunda pero la incomprensible utilización de la (excelente) banda sonora desvanece la sobriedad de algunas escenas. Las actuaciones, certeras, aunque pareciera que se dejaran algo en la recámara. El conjunto, entonces, es notable, perverso y se abandona al desasosiego. Cualidades todas de un cineasta que sabe nadar a contracorriente por lo que espero con ganas su próxima singladura. Y lo siento, no he dado nuevas perspectivas. He debido naufragar en un mar de tópicos.
Podríamos hablar de cine turbio, enfermizo, oscuro, morboso, obsesivo... y quedarnos tan a gusto. Pero para salir a flote en las aguas cloradas de la crítica es necesario huir de convenciones, por muy ciertas que sean, y ofrecer nuevas perspectivas. En Berlín, la prensa extranjera rechazó de plano El mar por considerarla “demasiado mediterránea”. A mí mas bien me parece nórdica, fría y claustrofóbica pese a sus estallidos de violencia y sus arrebatos pasionales. No atisbo el horizonte de luz por ninguna parte. Mucho mejor así: el poder evocador del título se da de bruces con una realidad esquemática.
El brutal capítulo de la infancia, que marca la vida de los tres principales personajes, está quizá algo dilatado pero la trama central del film (exceptuando ese forzado asunto del contrabando de cajas), que transcurre en un sanatorio para tuberculosos, parece estar intervenida por un cirujano. Un establecimiento, por cierto, despojado de ese halo romántico que atraviesa el sanatorio de La Montaña Mágica . Las paredes están desconchadas, hay mucha sangre, los tragaluces ahogan el día... Es el hábitat donde la muerte flagela a la religión, el deseo a la culpa y ésta al éxtasis. Y Villaronga, bisturí en mano, disecciona estas peliagudas imbricaciones con un atrevimiento alejado de la trascendencia.
Como no podía ser menos, la fotografía es pálida y moribunda pero la incomprensible utilización de la (excelente) banda sonora desvanece la sobriedad de algunas escenas. Las actuaciones, certeras, aunque pareciera que se dejaran algo en la recámara. El conjunto, entonces, es notable, perverso y se abandona al desasosiego. Cualidades todas de un cineasta que sabe nadar a contracorriente por lo que espero con ganas su próxima singladura. Y lo siento, no he dado nuevas perspectivas. He debido naufragar en un mar de tópicos.
6 de junio de 2005
6 de junio de 2005
24 de 25 usuarios han encontrado esta crítica útil
La pasión de Welles o de cómo forjar una leyenda.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
La sombra de Orson Welles es tan alargada que sirve para preservar la emoción pura del cine del pegajoso calor que respiran muchos empleados de la fábrica de sueños. Cada cierto tiempo, la industria lanza sus redes sobre muchachos inquietos, niños prodigios y otras especies en un vano intento de resucitar la inagotable seducción de un personaje único. Sorprende que Welles no haya sido objeto de más revisiones conciliadoras, de más biopics al uso. A excepción de dos apariciones anecdóticas en Criaturas Celestiales y Ed Wood, nunca había sido el motor de un guión. Por eso, los aficionados recibimos con sumo interés el estreno de una cinta que se atreve nada menos que a destripar los entresijos de Ciudadano Kane. Trompetas al unísono: la mejor película de la historia del cine.
RKO 281, sin llegar nunca a los talones de su cómplice guía, cumple con las expectativas. Resulta interesante su planificación visual y arroja luz sobre episodios de constante polémica entre la cinefilia. La gestación de Ciudadano Kane, la pasión de Orson (discutible parecido aunque eficaz Liev Schreiber) por levantar el proyecto, las maquinaciones del magnate de la prensa William Randolph Hearst, el poder, la corrupción, las tripas del Hollywood más clásico... golosos ingredientes que, por ejemplo, en los fogones de Scorsese se hubieran transformado en un plato de gourmet. Benjamin Ross es un amasador de encargo y, a veces, hay que disimular ciertas tropelías narrativas porque el reparto está en su sitio, los diálogos son más que dignos y la sola excusa de estar hablando de Welles legitiman e insuflan aliento a una historia que tiene palacio, bufón y cortesana incluidos.
Y, no se vayan todavía, faltan los productores del asunto: los señores Tony y Ridley Scott . Así, en plan Gran Hermano, crece la ambigüedad y ya no se sabe qué es ficción y qué es realidad. Poco a poco, vamos encontrando curvas en un film aparentemente plano. Hasta que la secuencia del ascensor nos transporta hacia ¿un camino sin salida?. Soy un mito, soy un monstruo y estoy solo. Todos nacimos el 1 de mayo de 1941.
RKO 281, sin llegar nunca a los talones de su cómplice guía, cumple con las expectativas. Resulta interesante su planificación visual y arroja luz sobre episodios de constante polémica entre la cinefilia. La gestación de Ciudadano Kane, la pasión de Orson (discutible parecido aunque eficaz Liev Schreiber) por levantar el proyecto, las maquinaciones del magnate de la prensa William Randolph Hearst, el poder, la corrupción, las tripas del Hollywood más clásico... golosos ingredientes que, por ejemplo, en los fogones de Scorsese se hubieran transformado en un plato de gourmet. Benjamin Ross es un amasador de encargo y, a veces, hay que disimular ciertas tropelías narrativas porque el reparto está en su sitio, los diálogos son más que dignos y la sola excusa de estar hablando de Welles legitiman e insuflan aliento a una historia que tiene palacio, bufón y cortesana incluidos.
Y, no se vayan todavía, faltan los productores del asunto: los señores Tony y Ridley Scott . Así, en plan Gran Hermano, crece la ambigüedad y ya no se sabe qué es ficción y qué es realidad. Poco a poco, vamos encontrando curvas en un film aparentemente plano. Hasta que la secuencia del ascensor nos transporta hacia ¿un camino sin salida?. Soy un mito, soy un monstruo y estoy solo. Todos nacimos el 1 de mayo de 1941.

6,8
1.201
7
7 de junio de 2005
7 de junio de 2005
21 de 22 usuarios han encontrado esta crítica útil
Desde luego, la tercera obra del hispano-argentino Enrique Gabriel (“Krapatchouk”, “En la puta calle”) no tiene nada que ver con el apasionamiento por los efectos especiales. Su cine es limpio, fugitivo de lo fácil y anclado en un tiempo pasado pero también en el presente, también en el futuro. Porque “Las huellas borradas” puede causar somnolencia si no se comprende su admirable gesta: recuperar las raíces, estimular los afectos. Un pequeño pueblo leonés va a desaparecer del mapa porque los señores del Plan Hidrológico Nacional van a construir un maravilloso embalse que repercutirá en el bien de todos, etcétera. Sí, te suena de algo y con razón. Se trata de “La lluvia amarilla”, novela muy leída de Julio Llamazares cuyas páginas han anegado de sensaciones visuales la puesta en escena de este filme. Meditar, reflexionar sobre qué es lo que permanece y qué no en este valle de prisas. A muchos no les entusiasmará la idea (¡para un rato libre que tengo...!) pero los que acepten las reglas del juego (Renoir, estás aquí) se comprometerán a no perderse palabra de los actores. Grandes actores que no lo dan todo mascado sino que subsanan las grietas, nuestras grietas. Una película que acaso nos ponga demasiado tontos y poéticos y una cámara que quizá enfatice innecesariamente la trascendencia de algunos planos. Como lo hacía King Vidor en “El pan nuestro de cada día” , Enrique Gabriel nos devuelve a la tierra sin emplear la goma de borrar.

6,4
10.483
6
30 de mayo de 2005
30 de mayo de 2005
25 de 35 usuarios han encontrado esta crítica útil
Irregular aproximación a los infiernos de la ciudad.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
La marca de fábrica “Scorsese” siempre me ha infundido mucho respeto. Quizá por ello, me parezca que este producto no haya pasado todos los controles pertinentes de calidad. Siendo una buena película –a veces estremecedora- ocurre que la reiteración acaba produciendo una chocante sensación, que me gustaría no se llamase aburrimiento. No lo debería haber en esta claustrofóbica pesadilla de un conductor de ambulancias (Nicholas Cage, astuto en su descompuesta interpretación) que no encuentra sosiego en la infernal noche de Nueva York debido a su obsesiva vocación de salvar vidas. Pero Paul Schrader, el guionista de las tinieblas, no ha podido o no ha querido articular un engranaje dramático sólido y así se repiten situaciones, personajes, diálogos, como si habláramos de la serie “Urgencias”. Tampoco encuentro adecuación a esos chistes y a esa supuesta ironía que nace del dolor. Existe peligro de colisión al unir las enseñanzas de Taxi Driver y Jo, qué noche. Donde Al límite sí avanza, espléndida, hacia la redención es en ese recorrido casi documental por las arterias de la ciudad. Por esa fauna desquiciada que puebla los rincones oscuros. Por la miseria física y moral, equipaje que todos llevamos a cuestas. Por los fantasmas de la desesperanza. Y es que Scorsese, sabio y modesto, hace lo que le da la gana y nos muestra todo esto con un apabullante dominio de los primeros auxilios cinematográficos. A veces con largos planos secuencia, otras con un enfebrecido montaje visual y sonoro (nadie utiliza las canciones como él). Por eso me voy a olvidar de la palabra aburrimiento pero no de algo que le dice Cage a Arquette: “Todos nos morimos, Mary Burke”. Y luego le da un beso en la mejilla.

6,0
2.198
6
7 de junio de 2005
7 de junio de 2005
6 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
Es ya un lugar común hablar de Sigourney como una pantera que devora la pantalla. Aquí nos la encontramos con las garras menos afiladas pero con la misma fuerza e inteligencia para seguir regalando al espectador miradas, movimientos y sensaciones desde el más absoluto compromiso con lo que se está contando. Me convence este cambio de registro porque, además, es terriblemente complicado encajar los caprichos de un guión zigzagueante. La felina es una abnegada ama de casa, granjera y enfermera, con un marido bobito y dos niñas abofeteables. Un desgraciado accidente con la hija de su mejor amiga (Julianne Moore, otra afortunada actriz) le sumirá en una pesadilla que pone en tela de juicio la paranoia de los estadounidenses con respecto a la protección de menores. Pese a lo que muchos le achacan (un aire muy viciado de telefilme) la película está bien llevada y tiene un tono a lo peleón pero en voz baja nada desdeñable. Bien es cierto que, tras la primera parte, la irregularidad lucha con fuerza para hacer olvidar los buenos augurios. Porque no se entiende bien que en el episodio carcelario se le dé tanta importancia a las reclusas. Que el personaje del abogado se apropie del interés de la trama. Pero ésta es la película de Sigourney. Tiene tal implicación en el proyecto que su sola presencia desbarata los previsibles chascarrillos sobre este drama familiar anclado en el sinsentido. Es ella la que nos emociona con una lección de geografía sentimental. ¡Menos mimos!
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