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6,4
41.791
7
7 de noviembre de 2019
7 de noviembre de 2019
169 de 254 usuarios han encontrado esta crítica útil
El Hoyo se ha convertido en uno de los éxitos inesperados de la cartelera. Producida por Basque Country, enseguida Netflix vio un éxito seguro y la compró para distribuirla. Enamoró al público del Festival de Toronto e hizo historia en el Festival de Sitges convirtiéndose en el primer largometraje español en ganarlo. ¿Qué nos cuenta El Hoyo?
El Hoyo no es una distopía, no nos habla de un posible futuro. Es una metáfora de la sociedad actual. Goreng (Ivan Massagué) accede a entrar en una sistema de plataformas para conseguir un título homologado. Despierta en una estructura vertical inmensa compuesta por centenares de niveles y, en cada uno de ellos, conviven durante 30 días dos personas que no se conocen, y cuya única fuente de comida es una plataforma que baja desde el primer nivel hasta el último. El sistema hace que los primeros niveles puedan comer tanto como quieran, mientras que los últimos a duras penas puedan sobrevivir… a no ser comiéndose los unos a los otros. La parábola es más que evidente.
Una administración anónima pone las reglas: cambia a los miembros de nivel, provoca frío o calor si los participantes se quedan con comida o los castiga. Goreng se encuentra con distintos temperamentos: Trimagasi, el cínico que quiere sobrevivir a cualquier precio. Imoguiri, que ha entrado pensando en contribuir a la solidaridad espontánea. Son ideas, caracteres que nos encontramos en el día a día. Y al final, la lucha entre dos ideas enfrentadas: una, la más evidente: el hombre es un lobo para el hombre y no hay esperanza. En el otro lado, la esperanza representada por los Quijotes que todavía confían en la sociedad y algunos que creen en Dios. Son ideas confusas que se combinan con una violencia extrema.
David Desola y Pedro Rivero han escrito un guión redondo, donde no se les escapa ningún fleco para construir una cárcel que haga metáfora de la vida. Imposible no acordarse de la terrorífica Cube o de la mas reciente Snowpiercer, al que se le añade ese humor socarrón tan patrio, imposible de importar de otros países. Los actores cumplen a la perfección en su papel de mero concepto.
En definitiva, una película dura, por momentos repugnante, pero que hace pensar –y agobiarse– sobre qué es lo que mueve a las personas, qué sociedad estamos construyendo y de dónde le viene la salvación al hombre.
www.contraste.info
El Hoyo no es una distopía, no nos habla de un posible futuro. Es una metáfora de la sociedad actual. Goreng (Ivan Massagué) accede a entrar en una sistema de plataformas para conseguir un título homologado. Despierta en una estructura vertical inmensa compuesta por centenares de niveles y, en cada uno de ellos, conviven durante 30 días dos personas que no se conocen, y cuya única fuente de comida es una plataforma que baja desde el primer nivel hasta el último. El sistema hace que los primeros niveles puedan comer tanto como quieran, mientras que los últimos a duras penas puedan sobrevivir… a no ser comiéndose los unos a los otros. La parábola es más que evidente.
Una administración anónima pone las reglas: cambia a los miembros de nivel, provoca frío o calor si los participantes se quedan con comida o los castiga. Goreng se encuentra con distintos temperamentos: Trimagasi, el cínico que quiere sobrevivir a cualquier precio. Imoguiri, que ha entrado pensando en contribuir a la solidaridad espontánea. Son ideas, caracteres que nos encontramos en el día a día. Y al final, la lucha entre dos ideas enfrentadas: una, la más evidente: el hombre es un lobo para el hombre y no hay esperanza. En el otro lado, la esperanza representada por los Quijotes que todavía confían en la sociedad y algunos que creen en Dios. Son ideas confusas que se combinan con una violencia extrema.
David Desola y Pedro Rivero han escrito un guión redondo, donde no se les escapa ningún fleco para construir una cárcel que haga metáfora de la vida. Imposible no acordarse de la terrorífica Cube o de la mas reciente Snowpiercer, al que se le añade ese humor socarrón tan patrio, imposible de importar de otros países. Los actores cumplen a la perfección en su papel de mero concepto.
En definitiva, una película dura, por momentos repugnante, pero que hace pensar –y agobiarse– sobre qué es lo que mueve a las personas, qué sociedad estamos construyendo y de dónde le viene la salvación al hombre.
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6,0
7.025
4
5 de abril de 2024
5 de abril de 2024
95 de 123 usuarios han encontrado esta crítica útil
"La primera profecía" es una precuela de la historia que nos contó Richard Donner en 1976 (que tuvo un olvidable remake en 2006). Al año siguiente, este clásico protagonizado por Gregory Peck y Lee Remick ganó el Oscar a la Mejor banda sonora y, aún hoy, figura entre las mejores películas de terror (aunque en realidad el género que mejor la define es el suspense).
Ahora, con "La primera profecía" nos enfrentamos a la actualidad cinematográfica que confía más en los golpes de efecto que en la psicología de los personajes o en la historia misma. El título de Arkasha Stevenson no recoge ni la mitad del suspense de su predecesora, y su historia no consigue mantener nuestro interés. Posiblemente, por diversas razones: la cinta se entretiene mucho en planos que dicen lo mismo una y otra vez, los protagonistas carecen de atractivo psicológico (aunque no interpretativo), los malos parecen caducos y trasnochados religiosos (y aquí la consabida crítica a la Iglesia católica), y la oscuridad de la trama se traslada a una bestia cuya imagen diabólica no conquista .
A todo esto se suma una narración que se pierde entre demasiadas opciones: no se centra en Margaret (la protagonista), tampoco en Carlita (la supuesta hija del diablo), ni en los curas o monjas artífices del complot y, además, el demonio resulta ser un chacal versión XL. También se abusa de una banda sonora redundante y el exceso de susurros le resta impacto a este recurso sonoro. Así, la trama se vuelve repetitiva y no deja florecer el suspense y, con el clásico en mente, este título se vuelve irrelevante e innecesario.
En cualquier caso, si alguien busca un poco de oscuridad, maldad y crueldad en una sala de cine, con más de una escena algo desagradable, puede ir a ver La primera profecía pero que no espere demasiado.
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Ahora, con "La primera profecía" nos enfrentamos a la actualidad cinematográfica que confía más en los golpes de efecto que en la psicología de los personajes o en la historia misma. El título de Arkasha Stevenson no recoge ni la mitad del suspense de su predecesora, y su historia no consigue mantener nuestro interés. Posiblemente, por diversas razones: la cinta se entretiene mucho en planos que dicen lo mismo una y otra vez, los protagonistas carecen de atractivo psicológico (aunque no interpretativo), los malos parecen caducos y trasnochados religiosos (y aquí la consabida crítica a la Iglesia católica), y la oscuridad de la trama se traslada a una bestia cuya imagen diabólica no conquista .
A todo esto se suma una narración que se pierde entre demasiadas opciones: no se centra en Margaret (la protagonista), tampoco en Carlita (la supuesta hija del diablo), ni en los curas o monjas artífices del complot y, además, el demonio resulta ser un chacal versión XL. También se abusa de una banda sonora redundante y el exceso de susurros le resta impacto a este recurso sonoro. Así, la trama se vuelve repetitiva y no deja florecer el suspense y, con el clásico en mente, este título se vuelve irrelevante e innecesario.
En cualquier caso, si alguien busca un poco de oscuridad, maldad y crueldad en una sala de cine, con más de una escena algo desagradable, puede ir a ver La primera profecía pero que no espere demasiado.
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7
5 de abril de 2023
5 de abril de 2023
94 de 126 usuarios han encontrado esta crítica útil
Esta película, dirigida por el australiano Julius Avery, quiere mostrar el inicio del padre Gabriele Amorth, interpretado por un maduro y espléndido Russell Crowe, como exorcista en el Vaticano. Amorth ejerció su labor hasta su muerte a los 91 años en 2016.
Fue ordenado sacerdote católico en 1954 y se convirtió en exorcista oficial en junio de 1986, cuando empieza la cinta. Amorth es autor de numerosos libros sobre la temática específica del exorcismo. No cuentan como documentos oficiales de la Iglesia Católica, sino que son anotaciones personales de su oficio como tal. Los escritos usan relatos de testigos oculares y su experiencia personal. Realizó más de cien mil exorcismos a lo largo de su vida.
Aunque, obviamente, el largometraje cambia datos históricos e incluso puede exagerar las reacciones demoníacas con buenos efectos especiales, está basado en hechos reales. Aquí se centra la curiosidad del film. No sólo es una propuesta de exorcismos y terror religioso, sino que quiere mostrar que el mayor logro de Satanás es hacer creer a la gente que ya no existe; hecho claramente destacable después del Concilio Vaticano II, tal y como se muestra en algunas conversaciones, breves pero interesantes, de Amorth con los Cardenales.
El Padre Gabriele trabaja en equipo con el cura del pueblo, papel muy bien interpretado por Daniel Zovatto. Destaca la lucha personal de cada uno de los sacerdotes por la redención de sus propias culpas. El demonio les tienta con la visión de sus pecados para que caigan en la desesperación en contra de la misericordia de Dios. El otro gran foco es el poder de la oración, la perseverancia y el papel de la Virgen María como intercesora.
Puede quedarse como una simple apuesta de de terror, o puede verse desde el lado de la fe como una afirmación de la existencia del mal en el mundo y lo que hace la Iglesia para protegerse del maligno. No sales indiferente al verla. El director nos quiere interpelar ante la realidad del momento.
Como datos curiosos: increíble Crowe con sotana en vespa por la maravillosa Roma; y una Castilla excesivamente frondosa y con mar.
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Fue ordenado sacerdote católico en 1954 y se convirtió en exorcista oficial en junio de 1986, cuando empieza la cinta. Amorth es autor de numerosos libros sobre la temática específica del exorcismo. No cuentan como documentos oficiales de la Iglesia Católica, sino que son anotaciones personales de su oficio como tal. Los escritos usan relatos de testigos oculares y su experiencia personal. Realizó más de cien mil exorcismos a lo largo de su vida.
Aunque, obviamente, el largometraje cambia datos históricos e incluso puede exagerar las reacciones demoníacas con buenos efectos especiales, está basado en hechos reales. Aquí se centra la curiosidad del film. No sólo es una propuesta de exorcismos y terror religioso, sino que quiere mostrar que el mayor logro de Satanás es hacer creer a la gente que ya no existe; hecho claramente destacable después del Concilio Vaticano II, tal y como se muestra en algunas conversaciones, breves pero interesantes, de Amorth con los Cardenales.
El Padre Gabriele trabaja en equipo con el cura del pueblo, papel muy bien interpretado por Daniel Zovatto. Destaca la lucha personal de cada uno de los sacerdotes por la redención de sus propias culpas. El demonio les tienta con la visión de sus pecados para que caigan en la desesperación en contra de la misericordia de Dios. El otro gran foco es el poder de la oración, la perseverancia y el papel de la Virgen María como intercesora.
Puede quedarse como una simple apuesta de de terror, o puede verse desde el lado de la fe como una afirmación de la existencia del mal en el mundo y lo que hace la Iglesia para protegerse del maligno. No sales indiferente al verla. El director nos quiere interpelar ante la realidad del momento.
Como datos curiosos: increíble Crowe con sotana en vespa por la maravillosa Roma; y una Castilla excesivamente frondosa y con mar.
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6,6
6.572
10
11 de octubre de 2023
11 de octubre de 2023
94 de 132 usuarios han encontrado esta crítica útil
Dice Jim Caviezel en esta producción, citando a Steve Jobs, que la persona más poderosa del mundo es el narrador. Y justo ahí radica el gran poder de Sound of freedom: en la voz que da a todos aquellos niños que no la tienen, en la oportunidad que les otorga para contar su historia y en el testigo que deja al espectador para unirse a la lucha contra el tráfico de niños.
La experiencia al ver el film es a la vez abrumadora y paradójica. La cinta, aunque es muy cuidadosa y delicada, logra transmitir el horror de la esclavitud sexual y el público llega a pasarlo realmente mal. Aporta también cifras espeluznantes sobre el crecimiento del negocio: el aumento de subidas de fotografías infantiles a webs pornográficas, el consumo de este producto y la cantidad de dinero que mueve el comercio erótico de menores. Pero su propósito no es sembrar la tristeza y el pesimismo ante estos oscuros sucesos, sino abrir la puerta a la esperanza gracias a todas las personas que se están uniendo para acabar con esta lacra. Y la verdad es que consigue aportar un valioso rayo de luz.
Tras el impactante relato que narra, es probable que la valoración de cuestiones cinematográficas pase a un segundo plano. De todas maneras, no se puede negar que cuenta con un ritmo trepidante, un reparto entregado y sobresaliente y numerosos momentos conmovedores que provocan que las más de dos horas de duración absorban a la audiencia y pasen en un suspiro.
Lamentablemente, lo que expone este largometraje es una realidad incalificable que se da a nuestro alrededor, pero merece la pena asistir a salas, vivir la película y ratificarse en que “los niños de Dios no están a la venta”.
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La experiencia al ver el film es a la vez abrumadora y paradójica. La cinta, aunque es muy cuidadosa y delicada, logra transmitir el horror de la esclavitud sexual y el público llega a pasarlo realmente mal. Aporta también cifras espeluznantes sobre el crecimiento del negocio: el aumento de subidas de fotografías infantiles a webs pornográficas, el consumo de este producto y la cantidad de dinero que mueve el comercio erótico de menores. Pero su propósito no es sembrar la tristeza y el pesimismo ante estos oscuros sucesos, sino abrir la puerta a la esperanza gracias a todas las personas que se están uniendo para acabar con esta lacra. Y la verdad es que consigue aportar un valioso rayo de luz.
Tras el impactante relato que narra, es probable que la valoración de cuestiones cinematográficas pase a un segundo plano. De todas maneras, no se puede negar que cuenta con un ritmo trepidante, un reparto entregado y sobresaliente y numerosos momentos conmovedores que provocan que las más de dos horas de duración absorban a la audiencia y pasen en un suspiro.
Lamentablemente, lo que expone este largometraje es una realidad incalificable que se da a nuestro alrededor, pero merece la pena asistir a salas, vivir la película y ratificarse en que “los niños de Dios no están a la venta”.
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7,0
25.139
6
29 de octubre de 2021
29 de octubre de 2021
71 de 91 usuarios han encontrado esta crítica útil
Más de veinte años después, Ben Affleck y Matt Damon se reúnen para volver a escribir un guion tras El indomable Will Hunting, que les abrió las puertas en Hollywood. Esta vez, les acompaña Nicole Holofcener, especialmente conocida por su libreto ¿Podrás perdonarme algún día?, que llegó a finalista en los Óscar de 2019.
Los tres se suman a la revisión histórico-social de las agresiones sexuales a la mujer que el movimiento #MeToo ha desencadenado en los últimos años. Y a partir del ensayo de Eric Jager, construyen una historia narrada desde tres puntos de vista.
Por su parte, Ridley Scott tiene ocasión de sacar partido a uno de sus contextos favoritos, la Edad Media (siempre a su medida) para hacer lucir no solamente sus decorados, sino también su vigorosa capacidad para rodar secuencias de acción. En este sentido, la inclinación de Scott a detallar la violencia en sus encuadres y montajes sirve para manifestar la dureza de las luchas cuerpo a cuerpo, mientras tampoco se contiene en la brutalidad de la violación.
Sin embargo, los cuatro cineastas prefieren ser menos minuciosos con algunos clichés. La intención grandilocuente del armazón dramático y su dilatado metraje, así como la triple perspectiva, provocan una primera impresión de superproducción compleja e impregnada de gravedad. No obstante, a medida que avanza y, especialmente, cuando acaba, esa sensación muta y se atisba una falta de densidad argumental y un estancamiento y reiteración de pasajes que impiden que progrese la acción.
En la era de la posverdad, Damon, Holofcener y Affleck hacen de la estructura Rashomon (que también se denomina efecto Rashomon) una trampa de corte, precisamente, más bien efectista y al servicio de un discurso algo tramposo y simplificador. Aunque cada espectador puede valorar esa experiencia, a El último duelo le falta profundidad; no sirve coger un tema donde las posturas morales en la actualidad son obvias para hacer un discurso obvio.
Por eso, ante un tema tan esencial como la dignidad humana, el consentimiento en las relaciones y la verdad no basta con hacer un discurso de masas, adornado con unos vistosos efectos especiales. De Ridley Scott y su equipo se espera algo más, con un presupuesto como el que manejan.
Al final, además de la garra de las escenas bélicas, y la excusa de la denuncia social, la trama se construye sobre algunas de las pulsiones básicas: la ira y el ego y, también, la lujuria y el afán de dominar. Lo que en otros dramaturgos, como un Shakespeare, se convierte en un relato trascendente y capaz de hacer reflexionar con amplio recorrido, aquí todo eso conduce a consideraciones evidentes y que, en la mayoría de casos, ya se conocían previamente.
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Los tres se suman a la revisión histórico-social de las agresiones sexuales a la mujer que el movimiento #MeToo ha desencadenado en los últimos años. Y a partir del ensayo de Eric Jager, construyen una historia narrada desde tres puntos de vista.
Por su parte, Ridley Scott tiene ocasión de sacar partido a uno de sus contextos favoritos, la Edad Media (siempre a su medida) para hacer lucir no solamente sus decorados, sino también su vigorosa capacidad para rodar secuencias de acción. En este sentido, la inclinación de Scott a detallar la violencia en sus encuadres y montajes sirve para manifestar la dureza de las luchas cuerpo a cuerpo, mientras tampoco se contiene en la brutalidad de la violación.
Sin embargo, los cuatro cineastas prefieren ser menos minuciosos con algunos clichés. La intención grandilocuente del armazón dramático y su dilatado metraje, así como la triple perspectiva, provocan una primera impresión de superproducción compleja e impregnada de gravedad. No obstante, a medida que avanza y, especialmente, cuando acaba, esa sensación muta y se atisba una falta de densidad argumental y un estancamiento y reiteración de pasajes que impiden que progrese la acción.
En la era de la posverdad, Damon, Holofcener y Affleck hacen de la estructura Rashomon (que también se denomina efecto Rashomon) una trampa de corte, precisamente, más bien efectista y al servicio de un discurso algo tramposo y simplificador. Aunque cada espectador puede valorar esa experiencia, a El último duelo le falta profundidad; no sirve coger un tema donde las posturas morales en la actualidad son obvias para hacer un discurso obvio.
Por eso, ante un tema tan esencial como la dignidad humana, el consentimiento en las relaciones y la verdad no basta con hacer un discurso de masas, adornado con unos vistosos efectos especiales. De Ridley Scott y su equipo se espera algo más, con un presupuesto como el que manejan.
Al final, además de la garra de las escenas bélicas, y la excusa de la denuncia social, la trama se construye sobre algunas de las pulsiones básicas: la ira y el ego y, también, la lujuria y el afán de dominar. Lo que en otros dramaturgos, como un Shakespeare, se convierte en un relato trascendente y capaz de hacer reflexionar con amplio recorrido, aquí todo eso conduce a consideraciones evidentes y que, en la mayoría de casos, ya se conocían previamente.
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