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Críticas 49
Críticas ordenadas por utilidad
Críticas ordenadas por utilidad
7
6 de febrero de 2008
67 de 72 usuarios han encontrado esta crítica útil
1992 marcó el comienzo de la nueva moda por adaptar a la gran pantalla los grandes mitos del terror. En ese año, Francis Ford Coppola estrenó con gran éxito de crítica y público "Drácula de Bram Stoker", y dos años más tarde le tocaría el turno a Frankenstein. En esta ocasión, Coppola se limitó al papel de productor, y cedió la dirección a Kenneth Branagh, quien había alcanzado fama por adaptar a la gran pantalla, y de forma brillante, dos obras de Shakespeare: "Enrique V" y "Mucho ruido y pocas nueces". En esta ocasión, Branagh contaría con un enorme presupuesto para recrear el mundo decimonónico y romántico que Mary Shelley había plasmado en su novela. Y el hecho fue que, a pesar de contar con un gran reparto y todo lujo de medios, la película resultó ser un fracaso de público y crítica. Los críticos, particularmente, se cebaron con Branagh, y le tacharon de pretencioso, teatral, pesado, vacío, etc, etc. Una vez vista varias veces la película he de decir que (como en muchas otras ocasiones), la película no es una obra maestra, pero tampoco es la basura asquerosa e inútil que casi todos predican. Se trata, en mi opinión, de una adaptación más bien "shakesperiana" y teatral combinada con todo tipo de movimientos de cámara (travellings, planos secuencia a mansalva, planos cenitales, etc), que, aun pasándose de rosca un par de veces, resulta eficaz a la hora de mostrar el atormentado y enfermizo espíritu de Victor Frankenstein, así como el espíritu romántico y desaforadamente terrorífico de la novela. Secuencias como el prólogo en el Ártico, la conversación entre Frankenstein y la criatura en la caverna de hielo, o la secuencia entera de la criatura en el bosque son verdaderamente notables, y hacen descansar la vista después de tanto movimiento circular de cámara. Y en el apartado actoral, pleno. Branagh se pasa de teatral e histriónico a veces, pero en general realiza una buena actuación, pero Robert de Niro sencillamente está perfecto dentro de su disfraz de carne cosida, ofreciendo tropecientos registros y mostrando con su mirada todo el desvalimiento y el sufrimiento de la criatura artificial. Aidan Quinn e Ian Holm están magistrales, pero, para mí, la sorpresa la representa un John Cleese sensacional en su papel contenido e hierático del siniestro profesor Waldman, que a veces da más miedo que la propia criatura. Helena Bonham Carter y Tom "Amadeus" Hulce también cumplen (especialmente este último), pero la actual mujer de Tim Burton da la sensación de ir de menos a más durante el filme.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
El problema, precisamente, de enfocar el argumento y el tono de la película como un híbrido entre las adaptaciones shakesperianas que Branagh ha hecho en el cine, y el Drácula de Coppola; es que intenta tomar las declamaciones y los parlamentos de los actores en cualquier obra de Shakespeare (además del particular estilo del director para adaptarlas a la gran pantalla); y el novedoso y estético estilo que Coppola creó al adaptar la novela de Bram Stoker. La mezcla a veces no funciona demasiado bien, y aunque, como he dicho antes, refleje el estado de ánimo del protagonista; secuencias como el intento de reanimar al profesor Waldman de la cuchillada mortal que le asesta un De Niro pre-criatura, o la conversación entre Branagh y Hulce en la calle, son rodadas con unos movimientos de cámara ciertamente un poco mareantes, y que de nada sirven (movimientos que sí veo lógicos, por ejemplo, en la secuencia clave del filme: la creación de la criatura). Además, aunque Branagh inserte momentos de humor (mayoritariamente protagonizados por Hulce y Helena Bonham-Carter), la verdad es que algunos (como el del brazo del mono) son un poco tontorrones e infantiloides. Por estos y por otros motivos, la película fue arrasada en un abrir y cerrar de ojos (Branagh se reconciliaría dos años más tarde con la crítica con esa joya llamada "Hamlet"); pero la verdad es que en general resulta una buena adaptación, con buenos actores, una música sencillamente espectacular, estridente, mayestática, grandilocuente y genial del gran Patrick Doyle; un sentido estético abrumador y un desatado tono romántico, terrorífico y teatral.
29 de agosto de 2006
47 de 50 usuarios han encontrado esta crítica útil
Secuela de la película de 1998 "La máscara del Zorro", una estupenda revisitación del viejo cine de capa y espada. Tras esperar nada menos que 7 años, por fin se pudo hacer la secuela, sin la presencia de Anthony Hopkins. Siendo el Zorro uno de mis personajes favoritos, tengo que decir que la película me decepcionó enormemente. Se nota que todos la han hecho a desgana, a remolque, sin involucrarse demasiado. Banderas, la Zeta Jones y Sewell cumplen, pero lo peor de todo es el estúpido y lamentable guión, con chistes cada dos minutos, situaciones increíbles, cierto tufo a culebrón venezolano entre Banderas y la Zeta Jones, y secuencias de acción repetidas hasta la saciedad. El sumún es la historia, que nos plantea al pueblo californiano deseoso y feliz de poder entrar en la incipiente nación americana, que les va a procurar a los pobres campesinos y aldeanos una libertad sin límites. Que el Zorro se mate por recuperar la caja con los votos del referendum (con clara mayoría del sí) que han robado los malos, es vergonzoso (¿cuándo el personaje del Zorro-Diego o Alejandro de la Vega se ha metido en política alguna vez?). Que la película contenga imágenes de miles de herreros, campesinos, curas, terratenientes, y ricos, unidos todos agitando banderitas americanas, y vitoreando de alegría, es para echar la pota.

Aquí no hay sana aventura, no hay calidez, no hay todo lo bueno de la peli de 1998. Sólo hay una malvada organización secreta francesa, Hermanos de Aragón (siempre he sabido que los zaragozanos son gabachos disfrazados), que pretende fragmentar la unidad de la patria americana gracias a la nitroglicerina. Sólo hay un niño CAR-GAN-TE hasta la depresión, que hace que desees que se caiga por un barranco a cada aparición suya. En definitiva, pobre espectáculo, indignante patrioterismo barato, y lo peor que podía suceder (y ha sucedido) es convertir al legendario Zorro en héroe de las barras y estrellas. Agggggg.
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Lo del caballo que fuma en pipa y bebe alcohol es de traca, digno de Los Morancos. El malo Nick Chinlund da tanto miedo como José Luis Moreno, y lo mejor es el personaje de fray Felipe, un cura que vela por sus feligreses, se pone hasta arriba de vino, lucha con una sarten, y sobrevive a un balazo gracias a la cruz que lleva al cuello. Qué pena.
9 de agosto de 2012
50 de 57 usuarios han encontrado esta crítica útil
El mito es un jinete con armadura apareciendo entre jirones de niebla. La leyenda, una espada volando por encima de la superficie de un lago. La magia, árboles floreciendo al paso de un grupo de caballeros al galope. Lo místico, un barco perdiéndose en el horizonte llevando el cuerpo de un rey.

Hoy en día, en una época donde se destila el hiperrealismo y la fantasía convertida en algo cercano, palpable y mundano, una película como "Excalibur" no encontraría su sitio y probablemente sería incomprendida (leyendo ciertas críticas de la gente, menos dudas tengo al respecto). Pocas películas recogen la misma esencia del mito y la leyenda y son capaces de transmitirla como la de John Boorman. Pocas películas concentran tantos elementos que encajen y transmitan conjuntamente tiempos lejanos y fantásticos, sin edad, sin fechas.

Boorman (y su guionista Rospo Pallenberg), su director de fotografía Alex Thomson y el compositor Trevor Jones son los tres responsables que consiguieron crear perfectamente ese lugar remoto de nuestros subconscientes donde héroes legendarios habitan en sus propias leyendas. La leyenda de Arturo y la Mesa Redonda, tantas veces transmitida en celuloide (y con los más variados registros, desde la solemnidad sui géneris de Bresson, el puro espectáculo hollywoodiense de estudio de los años 50, hasta la animación o la blandenguería a lo Richard Gere) encuentra aquí el vehículo perfecto para transmitir todo su romanticismo desaforado, sus recovecos oscuros y el retrato de unos personajes a medio camino entre el ideal de caballería típico de los cantares de gesta y la autoconciencia de los seres mitológicos a medio camino entre los hombres y los dioses. Con tintes incluso junguianos en determinados momentos donde animales y elementos naturales revelan el espíritu de sus personajes.

Si a la obra de sir Thomas Malory le damos una capa de romanticismo típicamente decimonónico, implícito en las óperas de Richard Wagner, (cuyos fragmentos musicales de "El anillo del nibelungo" y "Tristán e Isolda" jalonan y vertebran secuencias enteras de la película), tenemos la versión más completa y profunda sobre el mito artúrico que jamás se ha hecho. Boorman buscaba retratar a Arturo, Merlín, Ginebra y Lancelot como seres perplejos ante su realidad, ante el conocimiento de ser mortales con sentimientos y pasiones humanas con un pie en la leyenda y últimos vestigios de unos tiempos lejanos y extraños que tocarían a su fin (la llegada del cristianismo y el único Dios). La película es, pues, un relato de tintes operísticos (interpretaciones semi-teatrales, decorados enormes, ambiente irreal y atemporal, diálogos cuidadosamente arcaicos) que fluye en intervalos de oscuridad-luz. Desde unas primeras secuencias oscuras y bárbaras con la concepción de Arturo, hasta el surgimiento de Camelot y el reinado de Arturo, pasando por su caída y su posterior renacimiento glorioso y canto de cisne final.

Al uso fabuloso y milimétrico de la música de Wagner (y el propio score de Trevor Jones) se le une un reparto completamente británico en permanente estado de gracia, donde Nigel Terry compone y crea el Arturo definitivo, doliente, humano y semidiós; y Cherie Lunghi y Nicholas Clay forman con él un triángulo de pasión desbordada. Nicol Williamson roba todas las escenas que protagoniza, su Merlín es alguien que se sabe no humano, pero que se mira a sí mismo con cierta ironía y guasa, sabiéndose poseedor de una magia y una tradición a punto de desaparecer (error en el que cae la malvada Helen Mirren, cuyas ansias por tener esa magia le hacen olvidar lo efímero de ese poder).

Con escenas para el recuerdo, como el prólogo nocturno en el bosque, la creación de la Mesa Redonda, las apariciones de la Dama del Lago y el inolvidable final, "Excalibur" no sólo es la mejor adaptación de la leyenda artúrica. Es una de las pocas películas en las que, a través de sus imágenes, sus personajes, su música y su aliento, se palpa y se saborea la Leyenda y el Mito casi en su esencia pura y libérrima, atemporal e infinita.

En el SPOILER resuelvo el misterio del título de esta crítica.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
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PD: Señor Daniel Andreas, me complace que exponga su opinión (negativa) sobre esta película. La respeto completamente. Y avant la lettre, faltaría más. Incluso respeto lo poco argumentada que está, a pesar de usar inteligentemente y con deliciosa precisión términos ingeniosos como "colorinchis", "coros lisérgicos" y algunos más. Lástima que lo que ya no me guste tanto es que desacredite a todo un equipo cinematográfico y a todos los críticos que les (nos) gusta esta película. Incluyo a los usuarios de FA de entre los 15.570 votos que tiene esta película que le dan una nota alta (como para lograr una media excelente de 7,4). Personalmente no me he fumado nada, ni he probado nada lisérgico, ni creo que todos los responsables que crearon esta película (¿incluyo también a los diseñadores del póster? ¿A los ejecutivos de la Warner y de Orion? ¿A los exhibidores?) probaran nada.

Exponga libremente su opinión de porqué no le ha gustado "Excalibur", pero plis, hágalo sin desacreditar a nadie, señor Andreas. Sin irse graciosamente por las ramas con adjetivos baratos y tontos. Sepa que en cada rodaje (y sé de lo que hablo), desde "Lawrence de Arabia" hasta "Crepúsculo", y desde "El Padrino II" hasta "La salchicha peleona", sus responsables siempre intentan hacerlo lo mejor y más honradamente que pueden, con su esfuerzo y sus ilusiones por hacerlo bien. Así que un poco de respeto y destroce la película, si le apetece, pero hágalo bien. Y avant la lettre.

Un saludo cordial, lisérgico y kitsch.
21 de febrero de 2008
44 de 45 usuarios han encontrado esta crítica útil
Ya se sabe que el cine cambia y cambia, atraviesa épocas y décadas, y que siempre se repite hasta la saciedad aquello de que "ya no se hacen películas como éstas o aquellas". Pero es que en este caso, así es. Ya llevamos más de una década sufriendo la esclavitud de los efectos especiales en el cine de aventuras (aunque de vez en cuando surjan excepciones que intentan que no perdamos la esperanza), y la gravísima escasez de buenos e inteligentes guiones para este tipo de películas. En resumen, que sí, que ya no se hacen películas como "Los vikingos". Películas con inmensos actores en grandes papeles sostenidos por estupendos guiones que narraban aventuras inolvidables. Sin ir más lejos, "Beowulf", ambientada en una época similar, no tiene ni un 20% del encanto y de la fuerza que ésta posee, aun deslumbrándonos con unos sofisticados efectos visuales (y ojo, la cinta de Robert Zemeckis me entretuvo y me pareció más que correcta) que no poseen las escenas de Kirk Douglas escalando la pared de un castillo.
La historia del vikingo Einar (Douglas), bravucón, valiente, volcánico y arrogante como sólo Kirk Douglas sabía serlo; de Eric (Tony Curtis), el esclavo despechado y sufridor, y del rey Ragnar (Ernest Borgnine) forma parte de la historia del mejor cine de aventuras. Richard Fleischer, un excelente director al que Hollywood nunca tuvo demasiado en cuenta, puso todo su buen criterio y su inteligencia a la hora de llevar a la pantalla la novela de Edison Marshall. No sólo cuidó el guión (a cargo de Calder Willingham y Dale Wasserman), sino que exigió una ambientación completamente fiel al momento en que se desarrolla la historia, es decir, entre los siglos VIII y IX. Ni qué decir tiene que se cumplió a la perfección.
La película huele a aventura de las grandes por los cuatro costados. Ese Douglas comiéndose la pantalla. Ese Curtis prometiendo venganza en cada mirada suya. Ese Borgnine, puro derroche de vitalidad y fiereza. Incluso los secundarios Janet Leigh y James Donald están soberbios. El triángulo amoroso Douglas-Curtis-Leigh está enmarcado en el mejor de los paisajes, en el de los fiordos y montañas noruegas, bellísimamente fotografiados por Jack Cardiff. Y qué decir de la imborrable música de Mario Nascimbene, que se te queda grabada a fuego en el cerebro una vez que has terminado la película. Preciosa.
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La película, como todo buen cine de aventuras, cuenta con romances, luchas, abordajes, etc. Eso sí, como todo el mundo ha reflejado aquí, la cierta violencia explícita que a veces puede verse, sorprende bastante para la época en que está hecha. Secuencias como cuando el halcón de Eric se lanza a dejar ciego a Einar, o como cuando el rey inglés Aella (Frank Thring) ordena cortarle la mano a Eric, destacan por su veracidad, pero añaden drama y tensión a una película en las que las escenas inolvidables se cuentan por puñados: Douglas bailando encima de los remos, Eric siendo sumergido en medio de cangrejos carnívoros, Ragnar lanzándose ("con la espada en la mano, para morir como un vikingo") al pozo de los lobos, Eric huyendo en medio de la noche y la niebla con Morgana (Leigh) en un barco y la posterior persecución de Einar....

Y el final. Qué final. Ese duelo a muerte entre Einar y Eric en las almenas del castillo, peleando por la mujer que aman... Al final, Einar tan fiero como es durante toda la película, tiene un destello de compasión, que acaba pagando... entrando así en la inmortalidad por medio de un funeral vikingo tan arrollador e inolvidable como la música y los coros de Nascimbene que los acompañan. No, ya no se hace cine así.
15 de diciembre de 2009
36 de 43 usuarios han encontrado esta crítica útil
Uno nunca sabe qué película es la que le va a marcar, de la misma forma que nunca se sabe qué libro, qué melodía o qué persona perdurará en nuestra memoria para siempre. Yo nunca imaginaría que la película sobre el famoso Thomas Edward Lawrence, más conocido por Lawrence de Arabia, el coronel inglés del Departamento Árabe que, en plena Primera Guerra Mundial, contactó con los árabes y sus líderes, convenciéndolos de aunar fuerzas para combatir a los turcos, aliados de los alemanes (y sí, a mayor gloria del Imperio Británico); me marcaría de la forma que lo hizo, hasta el punto de considerar que, ya para el resto de mi vida, este filme estaría en un lugar especial, más allá del bien y del mal.

Porque esta película sobrepasa cualquier consideración que se le haga únicamente como "película de aventuras". No, es un error que siempre ha estado ahí. ¿"2001" es solo una "película de ciencia-ficción"?. ¿"El Padrino II" es solo una película de gángsters?. "Lawrence" no es, ni mucho menos, una más de tantas películas de aventuras. "Lawrence de Arabia" es el más brillante ejercicio de análisis del alma de un hombre, cristalizado en el paisaje y el ambiente que le rodea, que yo haya experimentado jamás. Quizá el verdadero T.E. Lawrence no fuera exactamente así. O no. Sospecho que las ardientes arenas del desierto deben de provocar algo más que fascinación cuando no has crecido entre ellas y te empeñas en amarlas y fundirte con ellas. En convertirte en beduino, como intentó Lawrence-O'Toole. David Lean nos advierte del precio que ello conlleva, entre otras muchas cosas. El director se atreve, como nunca antes se había hecho, a dotar de relecturas psicológicas y reflexiones acerca de las transformaciones de personas corrientes en héroes y mitos; y todo ello desde el marco de la más ambiciosa y colosal producción hollywoodiense. Y, amigos, eso es lo más impresionante de Lean, algo que ya nunca volvió a conseguir después ("Doctor Zhivago", obra maestra también, fue masacrada por la crítica de la época, más pendiente por aquel entonces de Godard y sus muchachos).

Algunos habéis mencionado, con razón, cierta debilidad (interesada o no) en la parte política del asunto, así como del retrato que de los árabes hace el filme. No os negaré parte de razón. Pero los derroteros, las intenciones del tándem Bolt-Lean no son las de hacer un retrato político de la Arabia de principios de siglo XX. Si me apuráis, solamente hay dos protagonistas en la película: Lawrence y el desierto. Es lo que a Lean le interesa, cómo el desierto es fiel reflejo, durante las 3 horas y media inolvidables que dura la película, del alma del protagonista: luminosa y romántica al principio del viaje, sucia y casi grotesca hacia el final. La interpretación de Peter O'Toole hace más fácil esta comprensión, el viaje del protagonista desde lo más alto a lo más bajo del espíritu humano.


(Sigo en en el spoiler)
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spoiler:
Y a propósito de lo de los árabes: no he encontrado mejor retrato sutil del carácter árabe que en el desdoblamiento de dos personajes claves en el filme. Feisal (el inteligente, astuto y cultivado príncipe) y Auda (volcánico, apegado a la tierra y a su tribu), dos caras de la misma moneda (encarnadas en dos actores en estado de gracia permanente, Alec Guinness y Anthony Quinn). Y entre ellos, Alí, un personaje que es Arabia personificada, con un pie en la modernidad y en el futuro, y otro en el apegamiento a su tierra y a sus tradiciones. Otra faceta más de la película.

Me dejo la parte política, que aunque certeramente planteada (mucho anglocentrismo de Lean, pero su crítica a las potencias extranjeras que se repartieron el pastel de Arabia en el tratado Sykes-Picot queda ahí), quizá es la menos desarrollada del filme. Repito que es lo de menos. El protagonismo de esta obra de arte en movimiento pertenece al desierto y a su protagonista. Hablar de la fotografía de Freddie Young y de la música de Maurice Jarre supondría escribir una tesis completa de cada una, así que limitaré a apuntar brevemente que, 47 años de efectos especiales y tecnología después, no han logrado nunca igualar la maestría de Young y Jarre. Ni se conseguirá jamás, como no se ha hecho nada parecido a las esculturas de Miguel Ángel o los lienzos de Velázquez. David Lean no tendrá ochenta libros dedicados a su vida y obra como Wilder, Almodóvar o Woody Allen, pero siempre tendrá la humilde convicción de este humilde cinéfilo en que, con "Lawrence de Arabia", el cine alcanzó la mayor altura de su historia.
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