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Seychelles Seychelles · Vigo
Críticas de Duque
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Críticas 18
Críticas ordenadas por utilidad
7
20 de junio de 2011
2 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
La brisa marina trae canciones perdidas por encima de las olas. El llanto de una madre pide justicia en tierra de tiranos, lugartenientes protegidos por la ley. Los señores feudales, corrompidos por el poder, ya sólo añoran su fortuna y la de sus inferiores, para ellos quien no tenga nada bien puede morir como esclavo. ¿Quién protegerá a sus hijos, arrebatados de sus manos por desalmados impunes? ¿Dónde están los hombres justos como su desaparecido marido? El planto ahogado llega a oídos de los oprimidos. La mecha de la revolución comienza a arder en el corazón de los que ya no tienen nada que perder.

Inspirados en el teatro tradicional, los escenarios de Mizoguchi, muy limitados, transforman el cuadro noh en una estampa paisajística de gran realismo. Los límites establecidos por la cámara son más que respetados por los actores, que se mueven con soltura dentro de un shite imaginario. Quizás debido a esta gran semejanza con las obras dramáticas el director de cine Terrence Malick adaptó El intendente Sansho para teatro, siendo la primera función en 1993 en la Academia de Música de Brooklyn.
Los parajes naturales se dejan contemplar, dando mayor fuerza a las acciones de los personajes, que se perciben más que trascendentes, como el secuestro o el suicidio. La contemplación de los sucesos es siempre un deleite visual gracias al cuidado que se da a los detalles. Todo momento que da un giro a la trama gana fuerza gracias a una iluminación y una puesta en escena preciosistas, que aportan una belleza mórbida a la tragedia.
Cabe decir que el papel de la mujer es muy importante en la filmografía de Mizoguchi: a pesar de soportar dolores inconmensurables siempre salen adelante con una fortaleza envidiable. Las damas que retrata Mizoguchi son los primeros símbolos feministas del cine japonés.

Como si un tsunami hubiese arrasado con la conciencia nipona, Zushio y Tamaki se abrazan, sabiendo que pueden ser las únicas personas caritativas en un mundo cegado por la ambición y las almas corruptas. Ya no hay canción que los guíe. Su futuro es incierto. Se abrazan porque sólo se tienen el uno al otro, y nada más.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Duque
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7
13 de junio de 2011
2 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Tres temáticas parecen retornar siempre a la filmografía del grande del cine norteamericano: el amor, la mujer virginal e inocente y la democracia concebida a partir del modelo estadounidense. Las dos huérfanas introduce estos tres grandes conceptos en dos horas de superproducción silente centrada en una efímera Revolución Francesa que choca de lleno con la Revolución de Octubre. Entre textos explicativos y paralelismos descarados, la cinta se define como una caricatura crítica de la caída del Zarismo. Griffith cubre dos hechos históricos al mismo tiempo, uno visible y otro latente, empleando el estilo y las formas que inauguraron el savoir faire del actual cine de Hollywood.

Nació esta película a raíz de una preocupación latente en el mundo occidental: ¿Son la Revolución Rusa y el bolchevismo una reafirmación corrupta del poder del pueblo? Desde un punto de vista liberal, uno puede mirar el socialismo ruso con preocupación y miedo. El terrible conflicto armado que había sacudido Europa aún era reciente, y una nueva concepción del mundo, en teoría contraria a los principios que soportan las naciones occidentales, auguraba más discordia internacional. Griffith plantea el trasfondo de la película a través de la preocupación y el desacuerdo con las nuevas medidas socialistas, comparables desde su punto de vista con la época del Terror de los jacobinos, que tuercen constantemente el destino de los protagonistas, símbolo de honradez e inocencia. La filosofía del realizador queda clara: la lucha por la libertad pierde todo sentido cuando la revolución se lleva por delante a los inocentes; la soberanía del pueblo no debe dejar paso a la tiranía de las élites y las masas enfurecidas.
[Sigue en spoiler]
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Duque
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8
20 de marzo de 2011
2 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
La madurez y pureza del llamado cine silente queda establecida cuando Murnau -que ya había contraído las venas de muchos cinéfilos- filmó la tragedia de su década. Atrás quedaron las arritmias de un montaje marcado por los rótulos de texto, que negaban esporádicamente la existencia del fantástico mundo más allá de la pantalla, y llegó el dinamismo de la expresión corporal y la cámara desencadenada, que llevó el escenario allende los inamovibles decorados teatrales. Si bien el realizador de Nosferatu ya nos indicaba que había algo más allá de los márgenes marcados por el invariable campo de percepción de la cámara, al principio este film la cantidad de movimiento que aparece en pantalla es tal que crea una ilusión de inmensidad que introduce de lleno al auditorio en ese callado pero vertiginoso mundo del celuloide. De nuevo, Murnau da vida propia a la obra y crea, así, un nuevo monstruo quizá más grande que el conde Orlok.

Desde el Edipo Rey de Sófocles la tragedia siempre estuvo vigente en las artes escénicas, principal antecedente del cine de ficción, como principal promotor de la reflexión ociosa, siempre con la impresionante idea de la fatalidad de fondo. Este género trágico vuelve a nosotros a través de la historia del portero de un hotel, personaje interpretado por Herr Emil Jannings, y un símbolo acerca de la pérdida de la dignidad, la cual le es arrebatada al protagonista tan pronto es arrancado de su puesto de trabajo, lo único que daba sentido a su existencia. Es fácil simpatizar con este patético anciano, incapaz de moverse por sí solo si no está enfundado por su atuendo de trabajo, un ideal al que servía con orgullo. ¿Es este hombre una máquina del capitalismo desposeída de su labor? Quizá. La autoridad y el reconocimiento que le otorgaban la gorra y la gabardina lo convertían en poco más que en una celebridad, en alguien importante; por lo que no le queda otra cosa que robar el uniforme y pasearse por el barrio disfrazado de lo que ya no es. “La última risa”, el título de la versión anglosajona de la película, podría ser una referencia a las carcajadas que resuenan en el vecindario del ex portero tan pronto se descubre su farsa. ¿Ríen por el triste intento del viejo de ocultar su degradación o porque éste, vedado de su querido pellejo, ha quedado reducido a un triste empleado de los aseos? Sea como sea, al final, cuando ya todo parece perdido y el destino está fijado, Murnau –deus ex machina- se compadece a regañadientes del personaje e inserta con calzador un final made in Hollywood. La tragedia sufre una dolorosa metamorfosis censurada por el único rótulo de la película, que casi implora disculpas. Ahora la última risa la boquea el último, que ríe mucho mejor.
[Sigue en spoiler]
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Duque
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7
20 de junio de 2011
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
La primera imagen lo dice todo: Dos manos, una de hombre y otra de mujer, se acarician mutuamente. En el dedo anular de la mano varonil brilla una alianza; se trata de un hombre casado. Para nuestra sorpresa la mano de la mujer no muestra anillo alguno.

Es una aventura de la que no se puede volver. La frontera se cierra tras Pierre Lachenay. Como un moderno Orfeo lo perderá todo si mira atrás. No hay en su corazón espacio para la culpa, esta noche no encenderá todas las luces. En la oscuridad la busca, sólo piensa en ella, en todos los recovecos cree sentir su tacto. Se ha perdido y lo ha perdido todo por la piel suave.

François Truffaut, después de lanzar su canto a la joie de vivre en Jules et Jim (1962), realiza un oscuro trabajo sobre la otra cara de la moneda del amor. La tentación de cortar engañar a la pareja con otra persona, el adulterio, siempre ha sido una situación humana ineludible. La ambigüedad emocional del adúltero es el ojo del huracán de una tragedia y de una renovación. El engaño es un acto de liberación y a la vez egoísta, un puente entre la pasión carnal y la decepción amorosa. No nos extrañe que existe una faceta autobiográfica, una inquietud que sacar a la luz, en este largometraje, pues el propio Truffaut, también artista y filósofo, había dejado a su mujer por su amante.
El conflicto que crea Pierre Lachenay en su interior se manifiesta en forma de largos planos, que llaman a la intuición del espectador, y en la música, que tanto puede describir sinfonías de júbilo como melodías de fatalidad. Y es que en esos detalles, que sólo el cinéfilo que se sumerge en la historia puede percibir, son los que dan sentido a la historia de La piel suave. Todo lo que sucede, por muy banal que parezca, es una pieza indispensable del complejo collage que define la psicología, la personalidad, las emociones y las acciones de Pierre y del resto de personajes. El público, convertido en un voyeur que presencia un peep show bajado de tono, contempla en todo momento los hechos crudos, apenas sin elusiones de la vida de los personajes. Truffaut siempre podrá presumir de un realismo que lo marcó como uno de los grandes de la nouvelle vague.
La piel suave emplea un mínimo de artificialidad (actores, guión y montaje) para hacer posible la elaboración de una historia contundente. El resto de elementos son completamente reales, la luz natural, los exteriores vivos, las referencias culturales y artísticas… Todo con tal de dar verosimilitud a la película y convertirla en un nuevo mito moderno, un espejo que refleja la sociedad del momento.
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Duque
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7
13 de septiembre de 2009
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Como es totalmente irrelevante dedicarle una crítica seria a uno de los estandartes más altos dentro del panteón del llamado "género" de ciencia-ficción, voy a darle a las droghas del Colacao:

Babejas, pajas mentales y caspa se deslizan perezosamente por la tenebrosa caverna moldeada por la erosión del tiempo en una montaña de rollos de hediondas películas de serie "be", excreciones de la feliz decadencia de los cincuenta. El hediondo ser O'Bannon, que sostiene sus pantalones de campana con horteras tirantes, lleva rumiando los desgastados huesos de una historia que nutra el útero podrido de sus entrañas. La criatura, saturada de citas célebres provenientes de los más nefastos ejemplos de la subcultura scifi de su época larval, es asaltada por un proyecto de ególatra directivo más conocido por el epónimo de "Scott", ebrio del utópico 2001 del pantagruélico Kubrick. El empollón monstruoso abre tímidamente su cloaca lubricada a la espera de que su pretendiente "Scott" lo monte y alivie las sofocantes ansias del celo. El coito se sucede entre gritos pelados y jadeos asmáticos hasta que el berreo final señala la copiosa eyaculación del inmenso apéndice sexual mecanizado diseñado por la perturbada cabeza de Giger, genio y pasto de psicoanalistas. Los engendros intercambian fluidos corporales frotándose mutuamente los diferentes orificios, celebrándo la concepción.

Las sábanas ya comenzaban a enfriarse. O'Bannon paladeaba el suave olor a tabaco rubio que desprendía su amante, tan cerca pero a la vez ya tan lejos por estar sumido en sus sueños de grandeza. Ya barajaba varios nombres para el niño... ¿o sería una niña? En cualquier caso sería una criaturita adorable, el objeto de todo su cariño y atención. Su único dios. Su musa consanguínea. Su amor y la fuente que siempre nutriría su alma. ¿Qué pensaría Scott del retoño que guardaba en su vientre? Miró el muro rosado que era la espalda del futuro padre.
- Cariño -le susurraba, temiendo perturbar su reposo-. ¿En qué piensas?
A esto Scott siempre gruñía, escondiendo perezosamente su cabeza bajo la almohada. O'Bannon volvía a preguntar cada vez que notaba la respiración pausada y profunda marcada por las costillas de su compañero. Siguió atendiendo a ese vaivén de mareas, ese balanceo de metrónomo, hasta que se rindió al peso de la fatiga y se puso a dormir plácidamente.
Dos horas más tarde despertó sintiendo una inexplicable alegría que hinchaba su pecho.
- Levanta, gandul -Scott sacudía despacio su hombro-. Tenemos la merienda con los del estudio dentro de una hora.
O'Bannon se encogió, tensando todo el cuerpo a la vez que reclamaba su derecho a los cinco minutos más.
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