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Voto de Antón03:
9

Voto de Antón03:
9
7.6
3,970
Romance. Drama
Gertrud es una mujer madura e idealista que busca el amor absoluto, con mayúsculas, pero sus experiencias sentimentales se ven siempre abocadas al fracaso. Decide separarse de su marido, un eminente político, porque él antepone el trabajo al amor. Se enamora de un joven músico que empieza a cosechar sus primeros éxitos, pero para él, que sólo piensa en sí mismo, Gertrud no es más que una aventura pasajera. Por otra parte, un antiguo ... [+]
25 de marzo de 2025
25 de marzo de 2025
1 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Sigo empecinado en completar la filmografía de Carl Theodor Dreyer, un director que ha conseguido seducirme por el singular manejo de la religión y, por lo tanto, del ser humano. No es un director sencillo de ver, pero sí uno de esos con la capacidad de trascender en la memoria de quien se atreve a adentrarse en su mundo.
Con Gertrud (1964), el danés concluye su carrera cinematográfica, un cierre que se aleja de la espiritualidad de Ordet (1955) o de la intensidad religiosa de Dies Irae (1943) para exponer un minimalismo que no radica en lo divino, sino en la búsqueda del amor de una mujer irrealmente idealista. Gertrud abandona a su marido por no cumplir con la devoción que ella exige, al sentirse sustituida y relegada a un segundo plano por la dedicación que este le da a su trabajo. Esto hace que nuestra protagonista, desencantada con el amor, busque y busque aquello que cree merecer, sin mejores resultados que hombres demasiado entregados a su vocación y no a ella.
Dreyer expone en Gertrud (1964) cómo el amor y la ambición personal son malos compañeros, cómo uno sabotea al otro, desembocando en una infelicidad mutua abocada al fracaso. Todo esto, unido a ese idealismo desbocado, la condena a una soledad reclusiva que resulta como una puñalada en el espectador. La conclusión más cabal que se puede sacar de este último esbozo del danés es que el equilibrio es, por antonomasia, el mejor remedio para la plenitud vital.
En esta ocasión, Dreyer desecha los primeros planos y se centra en la composición visual del espacio con respecto a los objetos. Y es que la cinta está plagada de tomas y escenas sorprendentemente largas, que contribuyen al desarrollo de unas conversaciones tan dilatadas que potencian el sentimiento de introspección de una Gertrud hastiada de su continuo fracaso personal.
Gertrud (1964) es un arduo camino por una serie de extensas y estáticas secuencias, donde los únicos alicientes son el virtuosismo visual de un Dreyer pragmático y el desarrollo de una serie de diálogos tan inteligentes como cautivadores. Debido a esto, no creo que sea una cinta para todo el mundo, pero sí una que muchos deberían ver.
El danés se despide del cine con una obra cuasi maestra, una alegoría sobre cómo la falta de equilibrio y el idealismo hipertrofiado resultan en una desilusión total y sin remedio por algo tan bonito y universal como lo es el amor.
Con Gertrud (1964), el danés concluye su carrera cinematográfica, un cierre que se aleja de la espiritualidad de Ordet (1955) o de la intensidad religiosa de Dies Irae (1943) para exponer un minimalismo que no radica en lo divino, sino en la búsqueda del amor de una mujer irrealmente idealista. Gertrud abandona a su marido por no cumplir con la devoción que ella exige, al sentirse sustituida y relegada a un segundo plano por la dedicación que este le da a su trabajo. Esto hace que nuestra protagonista, desencantada con el amor, busque y busque aquello que cree merecer, sin mejores resultados que hombres demasiado entregados a su vocación y no a ella.
Dreyer expone en Gertrud (1964) cómo el amor y la ambición personal son malos compañeros, cómo uno sabotea al otro, desembocando en una infelicidad mutua abocada al fracaso. Todo esto, unido a ese idealismo desbocado, la condena a una soledad reclusiva que resulta como una puñalada en el espectador. La conclusión más cabal que se puede sacar de este último esbozo del danés es que el equilibrio es, por antonomasia, el mejor remedio para la plenitud vital.
En esta ocasión, Dreyer desecha los primeros planos y se centra en la composición visual del espacio con respecto a los objetos. Y es que la cinta está plagada de tomas y escenas sorprendentemente largas, que contribuyen al desarrollo de unas conversaciones tan dilatadas que potencian el sentimiento de introspección de una Gertrud hastiada de su continuo fracaso personal.
Gertrud (1964) es un arduo camino por una serie de extensas y estáticas secuencias, donde los únicos alicientes son el virtuosismo visual de un Dreyer pragmático y el desarrollo de una serie de diálogos tan inteligentes como cautivadores. Debido a esto, no creo que sea una cinta para todo el mundo, pero sí una que muchos deberían ver.
El danés se despide del cine con una obra cuasi maestra, una alegoría sobre cómo la falta de equilibrio y el idealismo hipertrofiado resultan en una desilusión total y sin remedio por algo tan bonito y universal como lo es el amor.