Se aprecian los tics habituales de Sorrentino: las frases más efectistas que con peso en la historia, los gestos vacíos, un dominio estupendo de la imagen. Pero, como suele decirse, hay directores que siempre hacen la misma película y, de tanto repetirla, hay veces que la hacen mejor. En este caso, Sorrentino abandona las excusas: ya no va a hablar de Maradona o de cualquier otro pretexto, sino directamente de Nápoles y de su forma de vida, personificadas en la protagonista. Así, toca todos sus temas (la belleza y la juventud frente a la vejez, un modo de existir indolente y hedonista frente al mar), e incluso, despojada la narración de más propósito, algunas piezas encajan mejor y empiezan a tener sentido.

Vista de manera incompleta, entre un 5 y un 6. La historia no tiene mucho recorrido, y la lógica es lo que menos importa, pero la imagen, los escenarios y los actores hacen que cada fotograma sea una obra de arte.