Siempre es mejor en el cine. La importancia de acudir a una sala radica en la calidad y en la fuerza de los estímulos que uno recibe frente a la gran pantalla. Estas son obviedades, pero es bueno remarcarlas cada vez que sea necesario o amerite, más aún cuando las expectativas no son tan altas y la película termina sorprendiendo.

Lo expuesto en el párrafo anterior es lo primero que se me viene a la mente cuando finaliza la función de 'Sinners'. Porque más allá de algún que otro bache en el relato o de decisiones metidas de prepo (porque sí, no le demos más vueltas), el film es una verdadera fiesta. Como la que se da en esa cantina en la que suenan unos blues realmente hipnóticos. Todo es envolvente.

A Coogler le podría haber salido el tiro por la culata, tranquilamente. No es fácil hacer un mejunje de géneros como este. La acción trae sangre a borbotones y el drama sobre el racismo porta rebeldía en sus intérpretes. También hay pequeñas dosis de humor, temperatura elevada con escenas de sensualidad, Jordan por duplicado y un elemento muy arriesgado del que no hay que saber nada, pero que termina aprobando con honores, gracias a la tensión que le imprime al asunto.

'Sinners' funciona la mayor parte del tiempo. Su poderío sonoro-visual es arrollador. Cautiva. Y, volviendo al principio, qué mejor que disfrutarlo en el cine.

7,7 Alancitos Predicadores de Blues sobre 10