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España España · Barcelona
Voto de Willis:
10
Drama. Romance. Aventuras Rusia, revolución bolchevique (1917). La guerra civil que sigue a la revolución mantiene al país profundamente dividido. En medio del conflicto, asistimos al drama íntimo de un hombre que lucha por sobrevivir. Este hombre es Zhivago, poeta y cirujano, marido y amante, cuya vida trastornada por la guerra afecta a las vidas de otros, incluida Tonya, su esposa, y Lara, la mujer de la que se enamora apasionadamente. (FILMAFFINITY)
5 de noviembre de 2018
5 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
Si me preguntan ¿Cuál es tu película preferida? Debo responder Doctor Zhivago. Sé que es imposible contestar por razones que no sean sentimentales. Hay cientos de películas excelentes. La crítica elabora listas constantemente: las 10 mejores, las 100 mejores, 300 films que debes ver antes de morir... Todas tienen solo un sentido informativo, pues la número 300 podría ser la 1 y la 1 la 300.

Doctor Zhivago me abrió un mundo nuevo, me enseñó que el cine es un espectáculo completo y maravilloso, que sirve para entretener y emocionar, pero también para aprender y reflexionar, y que todo esto se puede hacer de la forma más bella que imaginarse pueda. Un espectáculo que lo puede dar todo a la vez: poesía, música, épica, drama, tragedia, comedia, la Historia y la historia, placer estético, conocimiento, profundidad, reflexión, belleza y verdad. Otras artes pueden darte lo mismo, de acuerdo, pero ninguna te lo puede dar con la fuerza, la brillantez y la majestuosidad del cine. Por si fuera poco, es baratísimo: compras el DVD de Doctor Zhivago y lo ves una vez al año, alternando la posición de rodillas y la de firmes, para rendir cumplido homenaje y no extenuarte, y te sale a unos ridículos céntimos de euro cada hora de placer.

Zhivago me llegó en la hora justa, claramente identificable. Invierno de 1972, diez años de edad, apenas virgen en las salas. Habría visto hasta entonces, Disney, Tarzan, y alguna que otra, pocas, por TV. El mundo de 1972 era muy diferente, la TV hacía poco que había llegado a las casas, y menos aún a la mía, mi padre era reacio (y como él otros muchos). Un niño de 10 años ha visto hoy cientos de películas, sobre todo ha visto muchas luces y mucho estruendo, y ya nada le sorprende. Yo era casi virgen audio visualmente hablando.

Fui al cine con mis amigos de entonces, de 10 a 12 años, quedábamos como si fuéramos ya mayores. Eso era perfectamente normal en una pequeña capital de provincias. Una época que defino como la época pre mujeres. Niños mayores, responsables, a los que todavía no nos perturbaba el sexo. Recuerdo la puntualidad escrupulosa de las citas. Si quedábamos un domingo a las 4 de la tarde, cinco minutos antes ya estábamos todos con total naturalidad. Nunca más he disfrutado de una puntualidad como esa, una costumbre que daba confianza y seguridad. Disfrutábamos como locos, sin saberlo claro, de aquellas primeras salidas sin los padres. Comprábamos un paquete de tabaco en una máquina de la calle (no sé cuándo desaparecieron pero esas máquinas fueron reales), nos fumábamos un par de pitillos cada uno, no queríamos caer en el vicio, y tirábamos el resto. Solo el día de salida semanal. Y lo cumplíamos sin esfuerzo, con el temple y la seriedad de los niños mayores. Toda aquella paz saltó por los aires al poco tiempo con la llegada de la primera chica. Por suerte aún no había llegado ninguna cuando entramos a ver Doctor Zhivago. No es misoginia. Cada cosa a su tiempo.

Así fue, sin tener la menor idea de lo que íbamos a ver, con la madurez cogida por los pelos, limpios de prejuicios. Solo la información que daba a unos ignorantes el cartel original. Quedé clavado en la silla, cosido y pegado, boquiabierto, admirado, no perdí detalle en las tres horas largas de un día que nunca olvidaré. Era una sala antigua, enorme, de pantalla gigante, con platea y primer piso. El primer piso era más barato, así que ahí estábamos, repantigados, convencidos de nuestra acertada elección. Ver Doctor Zhivago por primera vez, ahí es nada, creo que aún no me he recuperado de la emoción:

El mundo adulto, por fin, sin secretos y en toda su complejidad. El orgullo de darte cuenta que ya entiendes lo suficiente para seguir la película y comprender lo que te están contando, pero que aún no lo entiendes todo. Eso se llama fascinación, diría. La belleza de Julie Christie, la belleza de las mujeres en general, que desde ese día ya nunca estarán tan hermosas como en el cine. La belleza de los paisajes, la nieve, los trenes cruzando las estepas, los bosques... Estaba ahí dentro, en los mismos e inmensos paisajes. La música que se te queda grabada. La Historia de Rusia, terrible, que aprendes sin ir a clase. Y todo lo que digo a continuación, que sin duda pertenece a otros visionados, pero que estaba ahí en el primero: Zhivago tan bueno, tan puro, sufriendo tanto. Lara tan buena, tan pura, sufriendo todavía más. Zhivago casándose con su hermana de adopción porque cree que la ama, igual que lo cree ella. Como salta todo por los aires cuando llega el amor de verdad, la pasión que la película defiende. La imposibilidad del amor. Lo endiabladamente complicado que es todo, aun dando lo mejor de ti. La Historia que te sobrepasa. No sigo, cientos de razones sobre las que muchos han escrito, mejor y con más conocimiento.

Al salir había que irse pitando. No hubo tiempo de comentarios ni de fumarse el cigarro habitual. Si nos lo fumábamos nos olerían el aliento, ya llegábamos muy tarde y la inspección sería severa. La vida volvió con su habitual monotonía. Recuerdo mi deseo de comentar la película con mis compañeros. Un deseo vago, pues todavía no sabía muy bien cómo se hacían esas cosas. Me dirigí al mayor del grupo, el líder tranquilo que iba a cumplir 13 años. Un chico noble, robusto, con una fuerza física tremenda, podía tumbarme de un sopapo sin pestañear pero siempre me trató con amabilidad, y eso que yo era un tocacojones de primera. Recurrí a él en busca de la autoridad que otorgan la edad y el liderazgo indiscutido. “Què et va semblar la peli?” Me miró de arriba abajo perdonándome la vida, "acollonant", contestó con aplomo, enfática y lentamente, con una voz segura, de fardona superioridad, una voz que confirmaba que él había entendido cosas que a mí, bisoño, se me escapaban. Me quedé aguardando que continuara. Inútil espera. Acojonante, sin duda, y no hacía falta decir nada más.
Willis
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