"El graduado" está desfasada por su forma de ver el amor, el matrimonio y la vida, en general, y por la interpretación de un Dustin Hoffman que casi nunca resulta natural. Es inverosímil por un guión increíble y acartonado, por una seducción de una señora hacia un chaval que se ve exagerada, grotesca y caricaturesca y, sobre todo, por un enamoramiento entre dos chicos que no da tiempo material a que pueda ocurrir. Y es tonta por un final ridículo.

"El graduado" está desfasada, es inverosímil y peca de tonta por momentos, pero... Es maravillosa.

Es maravillosa por su banda sonora, por ese primer beso entre Bancroft y Hoffman, por Anne Bancroft, por la ingenuidad de Katharine Ross, por la pecera, por la piscina, por las plantas de la casa de los Robinson, por esos planos imposibles y por esa sensación de vacío, de ociosidad juvenil y de no saber qué hacer con tu vida (a la deriva). Es maravillosa porque al final sonríes y no sabes porqué. Es maravillosa porque sabes que hay más de lo que ves. Es maravillosa por todo ello, pero fundamentalmente es maravillosa porque lo es. Hay cosas que no se pueden explicar, al menos no en su totalidad, y "El graduado" es una de ellas. Es una película única que hay que ver, al menos, una vez en la vida. Y a poder ser, cuando se es joven, porque todos hemos sido Benjamin Braddock en algún momento de nuestra vida.