Una película que funciona bien desde los primeros planos, con un acierto en el reparto indiscutible, una utilización del euskera y el castellano que se armoniza perfectamente y ayuda a dotar a la película de una especie de poesía narrativa en los diálogos y, sobre todo, en las canciones que entonan las niñas y adolescentes protagonistas que sumerge al espectador en la historia de forma muy convincente.

No es extraño que los premios se hayan sucedido en este año tan extraño y maldito para esta película vasca con director argentino, algo que también combina sorprendentemente bien, dados los resultados, desembocando en el resultado final de ser la película más galardonada en los últimos Goya.

Se podrá aducir que han sido todos premios técnicos o menores, pero es muy de valorar que una película pequeña y con un tema no especialmente de actualidad, sea capaz, a través del vestuario, la música, el maquillaje, la dirección artística y una sabia elección del elenco, de resultar atractiva, interesar al espectador, hacer que se sumerja en la caza de brujas que hacia el año 1600 se produjo en gran parte del territorio europeo.

Llevar esa caza de brujas al Euskadi, entonces señorío castellano, es todo un acierto, como lo es la relación que se establece entre la adolescente principalmente acusada y el inquisitorial magistrado que acude a su aldea para juzgarla. Esa misma relación se transforma en algo parecido al deseo, trasciende el fanatismo del magistrado y nos lleva a una especie de suspense en una historia que tiene momentos verdaderamente hipnóticos.

Sobre todos, destacar a una Amaia Aberasturi inconmensurable (hay actriz aquí, sin duda), muy bien acompañada por el resto de actores y actrices, encabezados por el siempre fiable Brendemühl.

En el debe, que siempre lo hay, señalar que quizás se busca en exceso un final poético y algo onírico que empalaga un tanto el realismo sucio y descriptivo de la película.

Sin duda, una película más que recomendable.