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Voto de Donald Rumsfeld:
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7,0
34.621
Serie de TV. Thriller. Intriga
Serie de TV (2021-). 9 episodios. Cientos de jugadores con problemas económicos aceptan una extraña invitación para competir en juegos infantiles. Dentro les esperan un premio tentador y desafíos letales.
27 de octubre de 2021
9 de 13 usuarios han encontrado esta crítica útil
En las pantallas, salvo contadas excepciones, siempre se ha tendido a suavizar la muerte y la violencia pero, al igual que en la ceremonia religiosa, esta ocultación, esta mentira piadosa, tenía como finalidad la negación de las mismas y la afirmación de sus opuestos. Lo importante no eran las hordas de indios fusiladas o de charlies ametrallados. Ellos solo eran el medio para hacer más rotundo el triunfo del héroe y sus valores asociados. Por lo demás, este suavizamiento obedece a una característica esencial del ser humano, pues la mentira, especialmente en lo que respecta a la muerte, es un ingrediente consustancial al arte y la cultura. Y en el caso de la religiones, su misma esencia. El cine, evidentemente, no podía permanecer ajeno a algo así
Sin embargo, algo ha cambiado. Basta ver productos tan estandarizados, tan para todos los públicos ,como Juego de Tronos o El Juego del Calamar para apreciar la diferencia. En estas obras subyace una exaltación de la muerte. Lo que de ellas se espera no es el armisticio o el triunfo del Bien (o del Mal), sino la siguiente carnicería. Es gore para las masas. Así, en estas obras la representación de la violencia y la muerte hereda lo peor del siglo XX (la torticería, el pudor mojigato, la cobarde estilización) y lo combina con unos efectos hiperrealistas destinados a realzar la sangre, el sexo y la violencia. Con frecuencia, de manera simultánea. En su esencia, son celebraciones ultraviolentas de la muerte no muy lejanas a la propaganda en tiempos de guerra. Un entretenimiento ligero en donde se puede asistir a divertidos fusilamientos de inocentes y observar con fascinación degollamientos de embarazadas.
Y me parecería hasta bien si estos esfuerzos fueran en pro de hacernos conscientes de la finitud de la existencia o de cualquier otra cosa. Pero no. No hay nada consciente aquí. Solo respuestas reflejas. Efectos de nuestra propia espiral de violencia y destrucción.
Hollywood siempre ha sabido sacar tajada de nuestros miedos. Y ahora le toca a Corea. Desde Independence Day hasta Infinity war han logrado beneficios mentalizándonos para lo que a estas alturas es de suponer que gran parte de la humanidad ya ha logrado comprender: que aunque vayamos directos hacia nuestra autodestrucción antes, debemos llevarnos por delante todo cuanto podamos.
Ahora que incluso los más escépticos se preparan para el advenimiento, ha llegado el momento de la Fase 2: comenzar a mentalizarnos de que también van a ser necesarios cierto tipo de Sacrificios. Los nuestros, en concreto.
Sin ir más lejos, en el mundo “real” ya hemos sacrificado a un montón de viejos con la esperanza (solo era eso) de salvar la campaña de Semana Santa. Y luego la de verano. Y luego la de Navidad. No pudo ser. Pero mereció la pena intentarlo.
¿Veis por dónde voy?
Y que conste que nada de lo anterior tiene que ir necesariamente en detrimento de la serie. No se trata de ideología. La cual puede ser irrelevante a la hora de analizar una serie o película, pues, a diferencia de la literatura (o de las personas), estas pueden ser buenas y simultáneamente estúpidas. Ahí está Hitchcock. Si la serie estuviera bien dirigida o tuviera una trama aceptable o un guion sólido o personajes bien construidos, nada de lo anterior importaría.
Desgraciadamente, más allá de los escenarios de poliespán (muy propio que todo sea de plástico, dicho sea de paso) tan solo hay una dirección verdaderamente catastrófica. Aquí no se eluden ni la escenificaciones de los diálogos a lo culebrón ni una dirección de actores tan cartoon que los adentra de lleno en la caricatura. Indefectiblemente, la cámara siempre está en el lugar esperado y sus movimientos nunca pasan de ser subrayados. No hay un ápice de imaginación a lo largo de nueve horas de tomas. La trama es un reciclado, a medio camino entre el reality show y los battle royale que tanto gustan a la muchachada. El guion es de tebeo con giros de tiktok. Y los personajes, al no ser más que amalgamas de estereotipos, rápidamente se transforman esperpentos faltos de credibilidad. Por lo demás, la iluminación es perfecta. Para una tablet.
Justo por esto (por los colorines fosforitos, el exceso de luz o la caracterización de personajes) me sorprendió escuchar un comentario que la tachaba de infantil. Es verdad que es infantil, pero porque está hecha para niños. El propio personaje central tiene el mismo tipo de inocencia, impulsividad y egoísmo que cualquier chaval de 10 años. Y no es el único. Eso sí, su target no solo son los niños, púberes y adolescentes, que también, sino, especialmente, el niño interior que algunos aseguran llevar dentro. Y esto, aunque inconsciente, es intencionado. Escuchen la melodramática revelación final.
Los personajes, sí. Los personajes son seres tan ensimismados, tan absortos en sus fantasías, tan estúpidamente insensibles, tan ajenos a los que les rodea que verdaderamente viven en un estado de delirio. Llegando a presentarse voluntariamente a lo que con toda probabilidad supondrá su funeral. Desde cierto ángulo, la sociopatía más extrema también tiene aquí su lugar, pues eliminar, suprimir o anular a esos seres, aparentemente sanos, podría llegar a considerase casi como una acto necesario, piadoso, si cabe.
Sin embargo, algo ha cambiado. Basta ver productos tan estandarizados, tan para todos los públicos ,como Juego de Tronos o El Juego del Calamar para apreciar la diferencia. En estas obras subyace una exaltación de la muerte. Lo que de ellas se espera no es el armisticio o el triunfo del Bien (o del Mal), sino la siguiente carnicería. Es gore para las masas. Así, en estas obras la representación de la violencia y la muerte hereda lo peor del siglo XX (la torticería, el pudor mojigato, la cobarde estilización) y lo combina con unos efectos hiperrealistas destinados a realzar la sangre, el sexo y la violencia. Con frecuencia, de manera simultánea. En su esencia, son celebraciones ultraviolentas de la muerte no muy lejanas a la propaganda en tiempos de guerra. Un entretenimiento ligero en donde se puede asistir a divertidos fusilamientos de inocentes y observar con fascinación degollamientos de embarazadas.
Y me parecería hasta bien si estos esfuerzos fueran en pro de hacernos conscientes de la finitud de la existencia o de cualquier otra cosa. Pero no. No hay nada consciente aquí. Solo respuestas reflejas. Efectos de nuestra propia espiral de violencia y destrucción.
Hollywood siempre ha sabido sacar tajada de nuestros miedos. Y ahora le toca a Corea. Desde Independence Day hasta Infinity war han logrado beneficios mentalizándonos para lo que a estas alturas es de suponer que gran parte de la humanidad ya ha logrado comprender: que aunque vayamos directos hacia nuestra autodestrucción antes, debemos llevarnos por delante todo cuanto podamos.
Ahora que incluso los más escépticos se preparan para el advenimiento, ha llegado el momento de la Fase 2: comenzar a mentalizarnos de que también van a ser necesarios cierto tipo de Sacrificios. Los nuestros, en concreto.
Sin ir más lejos, en el mundo “real” ya hemos sacrificado a un montón de viejos con la esperanza (solo era eso) de salvar la campaña de Semana Santa. Y luego la de verano. Y luego la de Navidad. No pudo ser. Pero mereció la pena intentarlo.
¿Veis por dónde voy?
Y que conste que nada de lo anterior tiene que ir necesariamente en detrimento de la serie. No se trata de ideología. La cual puede ser irrelevante a la hora de analizar una serie o película, pues, a diferencia de la literatura (o de las personas), estas pueden ser buenas y simultáneamente estúpidas. Ahí está Hitchcock. Si la serie estuviera bien dirigida o tuviera una trama aceptable o un guion sólido o personajes bien construidos, nada de lo anterior importaría.
Desgraciadamente, más allá de los escenarios de poliespán (muy propio que todo sea de plástico, dicho sea de paso) tan solo hay una dirección verdaderamente catastrófica. Aquí no se eluden ni la escenificaciones de los diálogos a lo culebrón ni una dirección de actores tan cartoon que los adentra de lleno en la caricatura. Indefectiblemente, la cámara siempre está en el lugar esperado y sus movimientos nunca pasan de ser subrayados. No hay un ápice de imaginación a lo largo de nueve horas de tomas. La trama es un reciclado, a medio camino entre el reality show y los battle royale que tanto gustan a la muchachada. El guion es de tebeo con giros de tiktok. Y los personajes, al no ser más que amalgamas de estereotipos, rápidamente se transforman esperpentos faltos de credibilidad. Por lo demás, la iluminación es perfecta. Para una tablet.
Justo por esto (por los colorines fosforitos, el exceso de luz o la caracterización de personajes) me sorprendió escuchar un comentario que la tachaba de infantil. Es verdad que es infantil, pero porque está hecha para niños. El propio personaje central tiene el mismo tipo de inocencia, impulsividad y egoísmo que cualquier chaval de 10 años. Y no es el único. Eso sí, su target no solo son los niños, púberes y adolescentes, que también, sino, especialmente, el niño interior que algunos aseguran llevar dentro. Y esto, aunque inconsciente, es intencionado. Escuchen la melodramática revelación final.
Los personajes, sí. Los personajes son seres tan ensimismados, tan absortos en sus fantasías, tan estúpidamente insensibles, tan ajenos a los que les rodea que verdaderamente viven en un estado de delirio. Llegando a presentarse voluntariamente a lo que con toda probabilidad supondrá su funeral. Desde cierto ángulo, la sociopatía más extrema también tiene aquí su lugar, pues eliminar, suprimir o anular a esos seres, aparentemente sanos, podría llegar a considerase casi como una acto necesario, piadoso, si cabe.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
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spoiler:
Este es el mensaje.
Nosotros, el 99%, somos prescindibles. Y es bueno que así sea. Sólo tenéis que observar nuestra increíble bajeza moral, nuestra estupidez, nuestra inocencia e ingenuidad, para entender que es casi imposible no disfrutar viendo cómo nos matamos unos a otros. Además, desde una perspectiva más amplia, es conveniente que vayamos siendo menos, que vayamos desapareciendo, especialmente si esto puede ser motivo de diversión.
Lo primero, la Semana Santa. Lo segundo, las vacaciones de verano.
Por no hablar de los beneficios secundarios. Fijaos en lo que nos hemos debido ahorrar en pensiones con la cantidad de viejos que ahora mismo están cenando chuletón en la mesa del Señor.
Con un par de millones más, finiquitábamos la deuda.
Desafortunadamente, como la verdad está en todas en partes y de mil maneras, para mantener vigente la mentira se necesita mucho esfuerzo. Mucha energía. Mucha publicidad. En este sentido, El Juego del Calamar es una serie que tiene el mensaje conveniente, lo entrega en el momento perfecto y lo representa de la manera apropiada para que todos podamos entenderlo del modo adecuado. Su mensaje hobbesiano es una apología sin ambages de la misma situación que cínicamente pretende denunciar. Dice una cosa y hace la contraria. Y miren ustedes por dónde, justo esa es una de las claves de la propaganda moderna: disfrazar de rebeldía, atrevimiento y libertad el conformismo más palmario.
Es como esos temas de K-pop que han sido compuestos siguiendo un estricto un conjunto de reglas en orden a garantizar su éxito. Un reciclado de ideas y formas que ya habían triunfado previamente a escala global y transmedia, ejecutado de tal manera que hasta los niños puedan comprender qué es lo que en realidad nos está contando. Justo por ello es lógico que su pobreza visual, sus histriónicas interpretaciones, los agujeros del guion o la moralina de la que todo está revestido solo haya llamado la atención de unos pocos, pues aquí lo importante no es eso. Sino lo otro. Lo que la serie muestra sin rodeos, regocijándose, enfatizándolo. Lo que la mayoría ya ha comprendido, algunos incluso sin saberlo, como los niños y adolescentes. Lo que no queremos decir en voz alta porque supondría la negación de todos esos valores de progreso, crecimiento o igualdad mediante los cuales justificamos nuestra misma existencia y sociedad.
Todo es parte del espectáculo. Ahora también la muerte. Y tras la cortina de civilización, de evolución, de desarrollo, solo hay un sálvese quien pueda. Mientras, el show continúa.
Nosotros, el 99%, somos prescindibles. Y es bueno que así sea. Sólo tenéis que observar nuestra increíble bajeza moral, nuestra estupidez, nuestra inocencia e ingenuidad, para entender que es casi imposible no disfrutar viendo cómo nos matamos unos a otros. Además, desde una perspectiva más amplia, es conveniente que vayamos siendo menos, que vayamos desapareciendo, especialmente si esto puede ser motivo de diversión.
Lo primero, la Semana Santa. Lo segundo, las vacaciones de verano.
Por no hablar de los beneficios secundarios. Fijaos en lo que nos hemos debido ahorrar en pensiones con la cantidad de viejos que ahora mismo están cenando chuletón en la mesa del Señor.
Con un par de millones más, finiquitábamos la deuda.
Desafortunadamente, como la verdad está en todas en partes y de mil maneras, para mantener vigente la mentira se necesita mucho esfuerzo. Mucha energía. Mucha publicidad. En este sentido, El Juego del Calamar es una serie que tiene el mensaje conveniente, lo entrega en el momento perfecto y lo representa de la manera apropiada para que todos podamos entenderlo del modo adecuado. Su mensaje hobbesiano es una apología sin ambages de la misma situación que cínicamente pretende denunciar. Dice una cosa y hace la contraria. Y miren ustedes por dónde, justo esa es una de las claves de la propaganda moderna: disfrazar de rebeldía, atrevimiento y libertad el conformismo más palmario.
Es como esos temas de K-pop que han sido compuestos siguiendo un estricto un conjunto de reglas en orden a garantizar su éxito. Un reciclado de ideas y formas que ya habían triunfado previamente a escala global y transmedia, ejecutado de tal manera que hasta los niños puedan comprender qué es lo que en realidad nos está contando. Justo por ello es lógico que su pobreza visual, sus histriónicas interpretaciones, los agujeros del guion o la moralina de la que todo está revestido solo haya llamado la atención de unos pocos, pues aquí lo importante no es eso. Sino lo otro. Lo que la serie muestra sin rodeos, regocijándose, enfatizándolo. Lo que la mayoría ya ha comprendido, algunos incluso sin saberlo, como los niños y adolescentes. Lo que no queremos decir en voz alta porque supondría la negación de todos esos valores de progreso, crecimiento o igualdad mediante los cuales justificamos nuestra misma existencia y sociedad.
Todo es parte del espectáculo. Ahora también la muerte. Y tras la cortina de civilización, de evolución, de desarrollo, solo hay un sálvese quien pueda. Mientras, el show continúa.